
Cuando el reloj se convierte en tu maestro: más allá de la idea de ayer y mañana
Hay días en los que te preguntas si alguna vez llegarás a tiempo a algo. Al trabajo, a recoger a tu hija del cole, a esa cita contigo misma, contigo mismo, que siempre vas posponiendo porque nunca “hay tiempo”. ¿De verdad crees que el tiempo es esto —páginas del calendario, manecillas, relojes en el móvil—?
Si llevas un tiempo (y nunca mejor dicho) estudiando Un Curso de Milagros, seguro te has topado ya con esa ambigua y demoledora idea: el tiempo no es lo que parece. Pero… no te adelantes. Aquí no encontrarás “respuestas”, ni atajos. Solo ganas de dejar que la pregunta te atraviese.
El tiempo: explicación y su esencia según Un Curso de Milagros
Primero lo obvio. Si eres estudiante del Curso, ya sabes que no estamos hablando de teorías científicas ni de relojes atómicos. El tiempo, aquí, es algo que inventamos. Ya está. No suena nada esotérico. Es, simplemente, una experiencia fabricada por la mente, una cortina que parece separar lo que nunca pudo romperse.
El ego ama el tiempo porque le sirve para esconder la culpa. “Más adelante seré mejor, mañana le perdono, cuando tenga controladas mis emociones practicaré el perdón.” Y así, como quien se promete empezar la dieta los lunes, nos exiliamos del ahora.
Pero entonces viene esa frase: el tiempo es simultáneamente real y completamente irreal. ¿Cómo encajar eso en la cabeza? Sencillo y terrible: el tiempo solo parece real porque nuestra experiencia está secuestrada. La mente dividida inventó el pasado como refugio de su culpa, el futuro como amenaza o promesa. Y el presente… el presente es el único instante en que la ilusión puede disolverse.
Listemos, para no perdernos:
- El ego hace del tiempo una trampa para eludir la responsabilidad del ahora.
- El pasado es la coartada perfecta para no soltar los rencores, las heridas.
- El futuro es aplazamiento, miedo, o esperanza (también ilusoria).
Pero (y aquí está el milagro), el tiempo puede ser “ahorrado”. No porque desaparezca el calendario, sino porque en el instante santo —ese momento de silencio sin juicio, sin futuros ni pasados— todo se reordena: vuelves a la Paz.
¿Y cómo se ahorra el tiempo? No haciendo más cosas, sino dejándote llevar hacia el presente con el corazón abierto. No es simple, ni bonito. A veces dolerá. Pero te lo aseguro: merece la pena.
Cuando el reloj te separa de ti misma, de ti mismo
¿A qué hora empieza el sufrimiento? ¿Ayer? ¿Mañana? No. Empieza justo en esa franja minúscula donde te crees un ser separado del Amor. El tiempo refuerza la idea de que “no soy suficiente todavía”, “cuando logre esto, entonces seré feliz”, “ya es tarde para cambiar”.
¿Para quién es tarde? ¿Quién se ha convencido de que el tren de la vida ya pasó? La trampa está en la voz del ego que te exige cuentas por historias que ni siquiera ocurrieron como recuerdas.
Hay ejemplos que conoces de memoria:
- El arrepentimiento por lo que no dijiste, lo que hiciste mal.
- La anticipación ansiosa: “¿Me saldrá bien? ¿Me querrán mañana?”
- Ese tic de mirar el reloj mientras meditas.
Te propongo algo. Haz una lista —escríbela, si te atreves— de todas las cosas por las que sigues atada, atado, al tiempo:
- Aquello que “debería” haber sido.
- Eso que “tienes que lograr” antes de los 40, de los 50…
- Las fechas que usas para castigarte: aniversarios, cumpleaños, el “hace un año exacto que…”
Cuando veas la lista, puede que te rías. O llores. No importa. Lo que importa es que descubras que todo ese tiempo “perdido” nunca existió. Solo existe ahora, este instante donde puedes soltar el guion.
La espiritualidad del instante: vivir sin ayer ni mañana
Aquí no hay magia, ni recetario. Hay vértigo. Dejar de vivir en el pasado o el futuro no es cerrar ciclos, ni inventar rutinas de mindfulness. Es aceptar que lo único real es lo que está sucediendo aquí, en este respiro. Lo otro son películas… alimentadas por tu miedo y tus ganas de control.
Un Curso de Milagros dice: “El instante santo es la puerta al milagro”. ¿Qué significa esto en la práctica real, no en la teoría?
A veces es brutal: tu padre te insulta, tu pareja te traiciona, tu propia mente te atormenta con errores antiguos. El curso no te pide borrar la memoria. Te pide mirar al pasado y decidir no traerlo aquí.
Las claves para esta práctica espiritual auténtica
- Cuando estés rumiando un error, reconoce en voz baja: “Eso no ocurre ahora. Puedo elegir la paz.”
- Si te asaltan dudas sobre el futuro, pídele a tu guía interno: “Enséñame a vivir esto, solo ahora”.
- Si alguien te ofende y te encierras en la historia, respira y pregunta: “¿Hay algo que deba recordar aquí —o todo es solo mi miedo?”
¿Se nota la diferencia? No es forzar pensamientos positivos. Es mirar al presente como quien mira el mar después de una tormenta: sabiendo que nada de antes ni de después puede realmente quitarte la paz si tú no lo permites.
El tiempo como instrumento del Espíritu: cuándo y cómo se ahorra
Nadie está obligado a repetir infinitas veces el mismo ataque, la misma culpa, la misma escena. Hay un sistema —el del Ego— que se especializa en reciclar los dramas, una y otra vez. Y hay otro —el del Espíritu— que puede ahorrarnos siglos de dolor en un instante de honestidad.
¿Que cómo se hace eso? No con fórmulas, sino con voluntad de ver las cosas de otra manera.
Prueba, en tu día a día lo siguiente
- Cada vez que te sorprendas repitiendo una vieja discusión mental, detente.
- Pregúntate si estás dispuesta, dispuesto, a ver el asunto como nuevo, sin pasado encima.
- Si has herido o te han herido y no sueltas el rencor, permítete no justificarlo ni defenderlo por un momento.
- Agradece —aunque no sientas nada— el recordatorio de que cada instante es fresco, invulnerable al calendario.
Así es como se “ahorra tiempo”: vives plenamente el presente y dejas de añadir capas de historia encima del momento.
Lo diré de otra forma: el tiempo solo es real mientras lo necesites para atrasar el amor.
Una vez decides lo contrario, el tiempo deja de importar. Y la sanación no depende de cuánto has practicado, sino de tu disposición a rendirte, a dejar el control.
Cómo puedes permitir que el Espíritu ahorre el tiempo en tu vida
- Suelta las expectativas futuras, aunque sea por un minuto.
- No te castigues con lo que “debería haber sido”.
- Cuando tu mente te ataque con prisas, regresa a tu respiración.
- Ten el valor de preguntar: ¿Esto es ahora, o me lo estoy trayendo del pasado?
- Utiliza cada pequeñísimo enfado, cada retraso, como frontera donde eliges otra vez.
La ilusión necesaria: por qué el tiempo sigue doliendo aunque lo comprendas
Hay días que sentirás el milagro. Todo será liviano y el pasado ni asomará. ¡Cuidado! Eso puede volverse otra trampa: la espiritualidad que presume de estar “más allá del tiempo” pero sigue atada a viejas ideas.
El tiempo es una ilusión, sí, pero mientras creas estar aquí necesitarás marcar ciertas horas, plazas, relaciones, metas. No lo fuerces. El ego puede disfrazarse de gurú y, de repente, querrás iluminarte diciendo “nada importa”. No. Te va a doler. Y negar el dolor no te hará libre, sino cínica, cínico.
Así que si hoy la herida parece pegada a una fecha, si el futuro te asusta o el pasado te limita, no huyas. Siéntate ahí. No escapes al instante, simplemente deja que te atraviese. Solo entonces el tiempo, aun siendo ilusorio, empezará a ahorrar su propio desgaste.
Y llega el día que la tristeza ya no es peligrosa, ni los recuerdos muerden, ni el reloj te acosa. Porque has visto, de verdad, que nada está separado del amor. Ni la mujer que eras, ni el hombre que serás, ni el niño o niña que fuiste.
Anécdotas y prácticas cotidianas: lo que nadie te cuenta sobre el tiempo que se ahorra
Recuerdo una vez, hace años, en que cargaba una culpa enorme: había gritado a una persona que amaba. Me pasé semanas rumiando lo ocurrido. Solo existía el pasado: el error. Y luego, el miedo al futuro: no me lo perdonará, no me lo perdonaré…
En un taller, alguien dijo: “Solo puedes curar lo que ocurre ahora”. Al principio me reí. Pero algo se abrió. Miré alrededor: todos agotados de tanto pensar en antes y después. Por fin entendí —no en la cabeza, sino en el pecho— que no tenía que hacer nada más que permitirme experimentar el instante. No había nada que arreglar ni nadie por perdonar, excepto ese segundo en el que podía dejarme en paz.
Así que, si hoy te bombardean los deadlines, los “más tarde”, el miedo a llegar tarde a la vida, prueba a hacer esto:
- Levántate y regálate un minuto de silencio antes de mirar el reloj.
- Cuando sientas la presión de cumplir plazos, recuérdate que aquí no se mide nada real.
- Si tu cuerpo pregunta “¿hasta cuándo así?”, dile: “Solo necesito cuidar este instante”.
No hay atajos, pero sí milagros pequeños
- Descubres que el perdón no es un proceso infinito, sino una decisión disponible ahora mismo.
- Te das cuenta de que la ansiedad por el futuro no ha resuelto ni uno solo de tus problemas.
- Ves que todo lo bueno que recuerdas ocurrió en un ahora sin reloj.
No hace falta que lo creas. Basta que lo pongas en duda.
El sentido final de la ilusión del tiempo en Un Curso de Milagros
No es casualidad que el Curso insista en la inofensividad del tiempo: “El tiempo sólo dura tanto como lo decidas necesario para aprender. Puede ser cambiado, y será cambiado en cada instante santo”, el Espíritu usa ese mismo tiempo para deshacer el miedo, no para castigarte, en palabras de Kenneth Wapnick.
La meta, si podemos llamarla así, no es librarse del tiempo, sino reinterpretarlo. Convertir cada día, cada hora, en una oportunidad para regresar a casa.
Y en esa casa no hay fechas de entrada ni salida.
Para recordar y practicar
- Ni el ayer ni el mañana pueden herirte si eliges el ahora.
- Estás más cerca del milagro cuando sueltas el afán de controlar el tiempo.
- Cada instante puede ser el primero y el último si lo vives plenamente.
- Ahorrar tiempo no depende de tu esfuerzo, sino de tu honestidad.
Donde empieza la Vida: atrévete a dar el salto
No hace falta que lo hagas perfecto. No eres culpable por vivir en el calendario. Todos nos perdemos, todas y todos nos dormimos de nuevo. El milagro está en el coraje de despertar —otra vez, y otra— a la posibilidad de un instante que no necesita el permiso del tiempo para salvarte.
Quizá mañana vuelvas a enredarte en el reloj, en las fechas, en el miedo a los años que pasan. Y está bien. Pero puedes recordar —en medio de la batalla, del día, del insomnio— que el presente es tuyo. Lo único real. Y que el amor no te exige más que estar dispuesta, dispuesto, a soltar esos grilletes —una vez, y otra, y otra— hasta que no te asusten más.
El curso no te pide negar el calendario. Solo dejar de vivir bajo su tiranía.
¿Vas a permitir que un reloj decida lo que eres? ¿O te atreves a dejar que el milagro cruce esa frontera invisible y te muestre quién siempre has sido?
El despertar te está esperando justo aquí —donde el futuro no existe y el pasado es solo un eco leve. Atrévete a quedarte en el umbral del ahora y ver qué ocurre. Tal vez descubras que el tiempo se ahorra solo cuando dejas de creer que lo necesitas para ser feliz.
