La unicidad te libera: Usa tu malestar para recordar la paz

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La sensación de separación y el eco de la unidad

Te has sentido disgustada, molesto. El mundo parece hacerte tropezar una y otra vez: un conflicto, un desencuentro, una emoción que no encaja. Si alguna vez te has preguntado de dónde viene ese temblor por dentro, ese deseo de que las cosas sean diferentes, es el momento de detenerte y mirar en serio. Sin miedo a la verdad, sin prisas por escapar. ¿Y si todo eso fuera sólo la forma en que la mente te distrae del recuerdo de la unicidad?

La Unicidad no es una meta, ni una idea bonita para días de calma. Es lo que eres ahora, lo que nunca dejaste de ser, incluso mientras buscas y sufres. La idea de estar disgustada, de que “algo” fuera de ti te inquieta, es el velo que el ego pone a tu visión para que olvides el hogar.

Buscar fuera el sentido: la trampa invisible

Nos enseñaron a mirar fuera. Si duele, es porque algo te atacó. Si sientes miedo, es que la vida te presiona, que te falta algo. Toda la educación del mundo gira en torno a justificar que lo que sucede, lo que “vives”, es la causa de tu estado interior.

Pero, ¿quién decides qué ves? ¿No será que cada disgusto no viene de la situación, sino de la idea silenciosa de que eres alguien contra el mundo?

Párate un segundo. La mente que se siente separada busca explicaciones, causas, culpables o remedios fuera, porque así mantiene vigente la historia de la separación. Sentirse víctima —muy sutilmente, incluso cuando parece que sólo es una incomodidad menor— es el modo de seguir soñando con que eres un yo enfrentado a “lo demás”.

El ego se alimenta del conflicto, de la diferencia, de esa comparación perpetua con otras, con otros, con la “realidad”. Cuando parece que el mundo te pone a prueba, no hagas nada.

Mira bien: lo único que pasa es que vuelves a olvidar que no hay mundo, no hay cuerpos, ni causas externas. Sólo hay mente en busca de sí misma.

La verdadera investigación: ¿por qué sigo creyendo que estoy separado?

Puedes preguntarte: ¿de verdad existe algo fuera que tenga poder para perturbarte? ¿No será siempre una decisión interior, aunque te cueste verlo?

La raíz de cualquier disgusto —ese miedo que aparece, ese enfado, esa ansiedad— no está en la escena, sino en la elección profunda de creer en la separación. El disgusto es la forma que toma la decisión interna de olvidar la Unidad. Es la elección pionera del ego, su dulce mentira. Notar el disgusto no te condena, no te aleja de Dios. Al contrario, puede ser la puerta de entrada al recuerdo.

No hay jerarquía de ilusiones: nada te separa del Amor

Te habrás dado cuenta alguna vez de cómo discriminas tus molestias. Esta “no es para tanto”, aquella es “importantísima”. El ego te convence (y nos convence) de que la diferencia entre disgustos mantiene algún tipo de lógica, que vale la pena pelear las grandes y aguantar las pequeñas.

Pero aquí viene un silencio incómodo: todas son iguales. Da igual si esa emoción que te sacude parece enorme o casi insignificante, la raíz es la misma. No hay jerarquía en la ilusión del mundo. Cada pequeño disgusto, cada gran tragedia, sale de la misma decisión mental de sentirte separada, separado de la Unidad eterna.

Por eso, no tienes que esperar a resolver el “gran problema” para practicar el recuerdo. Basta con detenerte ante cualquier incomodidad y preguntarte: ¿qué me impide ver que soy uno solo con Dios? ¿Por qué sigo dándole poder a lo que cambia, a lo que desaparece, a lo que nunca fue real?

No te castigues, no es culpa tuya. Es el viejo hábito de la mente. Observarlo con ternura es empezar a soltarlo.

La igualdad de todas las ilusiones es una invitación a despertar. No tienes que cambiar el mundo, diseñar una vida impoluta ni asegurarte de sentir sólo pensamientos limpios. Basta con dejar de alimentar la idea de la diferencia, esa defensa absurda contra el Amor.

Absolutamente nada externo puede tocar tu paz

Da un poco de vértigo leer esto la primera vez. ¿Cómo que nada puede quitarnos la paz? ¿Y el dolor, la pérdida, la injusticia, la ansiedad? La mente separada, acostumbrada a construir sentido en base a cuerpos, historias y emociones, se rebela contra esta afirmación.

Sin embargo, cuando te detienes y observas tu experiencia, ves que la fuente de cada miedo, de cada culpa, no está fuera sino dentro. Es la interpretación la que decide el efecto, nunca la causa externa.

¿Qué pasaría si, por un instante, dejaras de justificar cada disgusto y simplemente lo miraras con sinceridad, reconociendo: “Esto que siento no tiene causa fuera, no puede dañarme”?

No tienes que forzar nada, ni ser ejemplar, ni negar lo que la mente lanza. Sólo míralo. El hábito de mirar dentro, de buscar la raíz en tu decisión de separación, debilita el ego. No es nada espectacular, es una práctica silenciosa, más terca que heroica.

Es normal que cada vez que surge el disgusto tu mente busque defender una historia, reclamar una razón, alimentar una pequeña guerra. Si puedes, en ese justo momento, di simplemente:

“Esto también es igual que todo lo demás, es sólo una ilusión.”

No lo reformes, no lo mejores, suéltalo.

El perdón real sucede en la mente, nunca en el mundo

Se oye mucho el perdón como cura para las relaciones, para los traumas, para las viejas heridas. Pero si el perdón se practica desde la perspectiva de la unicidad, ya no es un trámite moral, ni un consuelo, ni una autoterapia.

Perdonar aquí —en el terreno de la no dualidad— es más radical, más simple: se trata de soltar la ilusión de que eres una identidad separada, atacada o necesitada de defensa. No hay que negociar ni justificar.

¿Sientes que alguien te ha hecho daño? ¿Que la vida te ha negado algo? Quédate quieta, quieto. Mira si puedes soltar la historia, el juicio, incluso la lógica de la emoción. ¿Quién eres cuando dejas de defender al personaje?

El perdón te abre a recordar quien eres en verdad: el único Ser, sin límites, sin historia, sin tiempo.

No tienes que laborar la paz; no hay que fabricar un estado interior “mejor”. Perdón es simple: un instante de sinceridad donde dejas caer la idea de separación como quien suelta el aire tras un largo paseo.

La falsa espiritualidad del ego: mejorar el yo como meta

Hay un truco muy sutil que la mente te lanza cuando comienzas a recordar la unicidad: ahora el personaje se vuelve “espiritual”. Te invita a ser más comprensiva, más generosa, más sabio, más firme, más consolidado. Todo bajo el disfraz de querer “evolucionar”.

Pero hasta la búsqueda del yo espiritual sigue siendo solo una defensa más, otra versión de la separación y del especialismo. El ego no quiere desaparecer; sólo se adapta, se disfraza de luz, para seguir reinando.

No te exijas santidad, ni perfección, ni un yo “más” nada. Eso perpetúa el esfuerzo, el conflicto, la inevitabilidad de la comparación. El Amor no necesita que seas alguien especial. Sólo quiere que sueltes todo intento de ser “alguien”. Incluso el más bello.

Si te da miedo soltar esas defensas, está bien. Es natural; la mente lleva siglos creyendo que perderse es morir. Pero toda la transformación real sucede no cuando el personaje mejora, sino cuando eliges dejarlo marchar por un instante. Nadie premia esta honestidad; sólo la paz baja, silenciosa, y te inunda con su presencia.

Silencio: el espacio donde la unicidad se revela sola

No busques vaciar la mente de pensamientos; no luches contra ellos. La práctica auténtica es sencilla, casi infantil: observa lo que surge y déjalo ir. “Este pensamiento acerca de X no significa nada.” Lo mismo para las emociones, los juicios, las historias.

Si duele, díselo al silencio. Si te envalentona, también. Deja caer todo en la urna de los sueños. No juzgues como malo ni bueno; simplemente no te defiendas ni huyas.

Practica así: un minuto, quizás menos. Observa cómo todo lo que surge tiene la misma raíz: sostenerte como individuo aparte, en competencia con algo o alguien, o contigo misma, contigo mismo. Mientras más lo miras, menos poder tiene. El juego se desenmascara. No ganas ni pierdes. Simplemente sales del tablero.

¿Quién queda cuando todo eso cae? A veces surge vértigo, incluso temor a ser nada. El ego sólo existe en el conflicto, en el movimiento mental. Pero tú, la presencia, la luz, ya eres. No se forma a base de pensamientos nuevos ni de mejores emociones. Eres lo que queda cuando el ruido se apaga.

Prueba a sentarte en silencio. Si ocurre algo, bien; si no, igual. La experiencia de la unicidad no se puede fabricar. Es lo opuesto al esfuerzo. Sucede porque ya está —es lo único que existe— aunque lo olvides la mayor parte del tiempo.

No busques sentido fuera; suelta el tiempo, el cuerpo, los juicios

En algún momento verás que ningún logro, vínculo, historia, experiencia, futuro o pasado da sentido a tu ser. Todo lo que crees necesitar desaparece en cuanto la mente recuerda que nada separado tiene valor.

Basta con dejar de buscar fuera. Siéntate, abre la mano, deja caer pensamientos como hojas muertas. El Amor que eres no necesita que lo entiendas ni que lo conquistes. Simplemente está.

No se trata de hacerlo perfecto, ni de llegar a una meta. Es un regreso, no una hazaña. Deja que la luz te atraviese. No hay error que pueda separarte de la verdad; no hay búsqueda que te lleve más cerca de lo que ya eres.

La libertad de soltarlo todo y recordar quién eres realmente

Quisiera, si pudiera, rendir este mensaje como quien da agua a quien tiene sed. No este texto, ni estas ideas, sino el corazón de lo que hemos olvidado: nada de lo que pienses, veas o sientas puede separarte de tu verdadera naturaleza.

Por mucho que el ego grite, argumente, defienda o culpe, sigue intacto tu ser eterno, sin historia, sin sombra, sin medida. Cada instante de silencio, cada momento en que eliges no tomar partido en la batalla de pensamientos, es una vuelta al hogar. No para aprender nada nuevo, sino para recibir el recuerdo que nunca se perdió.

La unicidad está aquí, ahora, sin necesidad de esfuerzo ni defensa. No te impongas ningún camino recto. Permítete titubear, dudar, volver atrás si te da miedo. Bastan espacios de honestidad para que el Amor vuelva a ocupar el lugar que nunca dejó.

Nada puede separarte. Da igual la apariencia del mundo, la turbulencia interna, la agitación de los días. El Cielo sigue intacto en ti, en todas, en todos. Porque sólo hay uno. Sólo hay Dios. Sólo hay Ser.

Respira, suelta —lo que eres ya está aquí. No necesitas razones, sólo la valentía de dejarte recordar.

El descanso profundo de saberte unidad

No tienes que ser especial, ni lograr la mejor versión de ti. No hace falta el esfuerzo sobrehumano, ni el análisis perpetuo, ni el currículum espiritual. Sólo la sinceridad: quedarte donde todo cae, donde cada disgusto deja de tener importancia, donde cada batalla cesa porque ya nada está en disputa.

El descanso más grande, el alivio de fondo, empieza cuando permites que cada experiencia, cada emoción que parece separarte, sea entregada al reconocimiento de la Unidad que eres. No importa si dudas, si te distraes, si te mueves mil veces en dirección contraria. La unicidad no depende de ti; simplemente es, te espera, te sostiene y te devuelve a lo único real.

Haz la prueba, aunque sea por un instante: respira y suelta la historia, incluso la necesidad de entender. El milagro viene sin avisar, cuando dejas caer toda búsqueda.

Ese instante —sin tiempo, sin forma, sin esfuerzo— ilumina la mente y te recuerda: jamás has estado fuera de casa.

Test de autoindagación

INSTRUCCIONES

Este test está diseñado como una herramienta de autoindagación. No se trata de aprobar ni reprobar, ni de demostrar conocimiento, sino de mirarte con honestidad y reconocer dónde te encuentras en tu proceso.
El test contiene 20 preguntas, cada una con tres posibles respuestas: A, B o C. Elige la opción que más se acerque a lo que realmente sientes o piensas, no la que creas que “deberías” responder. Aquí no hay respuestas correctas o incorrectas; lo importante es ser sincero contigo mismo.

PREGUNTAS (Marca A, B o C en cada una)

1. Cuando noto disgusto o incomodidad, mi primera respuesta es:



2. Cuando algo parece quitarme la paz, ¿dónde busco la causa primero?



3. ¿Puedo aceptar que toda forma de disgusto tiene la misma raíz?



4. Cuando aparece el pensamiento de “soy víctima de esto”, lo que ocurre es:



5. Ante la ira, celos o miedo, mi práctica real es:



6. ¿Considero que hay disgustos “pequeños” y otros “importantes”?



7. ¿Tu paz depende del estado del mundo, del cuerpo o de otra persona?



8. Cuando me siento tentada a ponerme a la defensiva, lo que suele pasar es:



9. Cuando alguien me hiere, mi respuesta mental más honesta es:



10. Al pensar en lo “mío” y lo “de los otros”:



11. ¿Sientes que el cuerpo define tu estado o tu identidad?



12. ¿Reconoces que el perdón no se trata de cambiar el mundo sino tu propia mente?



13. ¿Qué sentido tiene distinguir entre emociones “buenas” y “malas”?



14. ¿Dónde sientes que reside la verdadera corrección?



15. ¿Puedes permitirte no comprender nada y simplemente descansar en silencio?



16. ¿Qué haces ante el deseo de mejorar a la “persona que crees ser”?



17. Al notar que otra persona sufre, lo ves como:



18. Cuando experimentas miedo, ¿puedes ver la raíz común con otras emociones?



19. Tu motivación para practicar esto es…



20. La Unidad, en tu experiencia ahora, es:



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Mi nombre es David Pascual, y soy la persona que está detrás de UCDM GUIDE.

Aquí comparto lo que aprendo sobre Un Curso de Milagros, con el fin de apoyar a estudiantes en su práctica. También ayudo a facilitadores y maestros a mejorar su comunicación digital y personal.

Cada semana comparto reflexiones y recursos por email (apúntate en el pop-up). Si eres facilitador o maestro también puedes hacerlo en mentoring.ucdm.guide.

Si quieres, escríbeme; estaré encantado de ayudarte en lo que necesites.

Mi deseo es que lo que encuentres aquí te acompañe en tu camino a reencontrarte contigo mismo.

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