Un recordatorio amoroso desde la eternidad
Inspirado en la Lección 1 del Libro de Ejercicios de Un Curso de Milagros
Quiero que sepas algo desde este mismo momento: estás rodeada, rodeado, de un amor absoluto e incondicional, un amor que no necesita justificación ni explicaciones para existir. Es el amor que te guía, te cuida y te recuerda quién eres, incluso en los momentos en los que sientes que todo lo que te rodea carece de sentido. Ese cansancio, esa duda, esa sensación de desconexión que a veces te invade, no son más que oportunidades para detenerte, respirar profundamente y recordar que no estás caminando sola ni solo.
Es natural que, en tu día a día, sientas la insistente necesidad de asignarle significado y valor a todo lo que ves. Creemos que algunas cosas son más importantes que otras, que ciertos problemas merecen todo nuestro esfuerzo y que, al cuidar de estas prioridades, encontramos nuestra seguridad. Pero este patrón, que hemos aprendido a lo largo del tiempo, solo carga nuestros hombros de peso y nos hace olvidar una gran verdad: no necesitas darle significado al mundo para ser quien realmente eres.
Jesús, en su inmensa ternura, te invita a soltar esa pesada carga. Él no te pide que ignores tus experiencias ni que te apartes de la vida; en cambio, te toma suavemente de la mano y te susurra que el valor que has dado a muchas cosas no define el valor que ya tienes. Porque tu valor es eterno, inmenso, y no depende ni estará jamás afectado por lo que sucede a tu alrededor. Este momento de confusión, o incluso desilusión, que puedes estar viviendo, no es un retroceso, es un llamado amable al despertar.
Piensa por un momento en las veces que te has sentido atrapada o atrapado en el dolor que surge de dar demasiado peso a lo que ves: las circunstancias que no puedes controlar, los objetos o logros que creías esenciales para tu felicidad, los miedos que te mantienen anclada o anclado al pasado. Todo eso parece tan intenso porque nos enseñaron a vivir en una jerarquía de valores: esto es importante, esto no lo es; esto duele mucho, esto apenas me afecta. Pero hoy se te invita a algo revolucionario en su amabilidad: a mirar todo —absolutamente todo— con nuevos ojos.
Este mundo, con sus objetos, sus historias y su apariencia de importancia variable, no puede afectarte verdaderamente. Aunque el ego te haga creer que tu felicidad depende del significado que le des, hay una parte de ti, tan pura y tan clara como la misma luz divina, que sabe que nada de eso es verdad. Esa parte de ti, que Jesús conoce perfectamente, está completamente invulnerable. Eres guiada, guiado por una fuerza sabia que no ve un solo error en ti, que no te acusa, que solo espera pacientemente a que recuerdes.
A medida que sigas avanzando en este camino, tal vez notes cierta resistencia, o incluso miedo. Es comprensible. Dejar atrás lo que siempre creíste real a menudo puede sentirse como perder el control, como entregarte a un vacío desconocido. Sin embargo, no estás cayendo; estás elevándote. Y Jesús está aquí, en cada paso, junto a ti, recordándote que renunciar al juicio y al apego no es un acto de pérdida, sino un acto de liberación. Todo lo que pierdes es aquello que nunca fue real. Lo que ganas es la experiencia de una paz que siempre ha estado dentro de ti, esperando ser recordada.
El Espíritu Santo susurra a tu mente que todo lo que necesitas hacer es estar dispuesta o dispuesto. No necesitas entender por completo, no necesitas lograr una perfección imposible, ni necesitas temer tus aparentes tropiezos. Cuando te detienes un instante y observas sin juicio, permitiendo que las viejas creencias se desvanezcan poquito a poco, comienzas a abrir espacio para lo eterno. Es allí, en esa entrega tranquila, donde el amor que te creó puede brillar completamente.
Hoy es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para respirar y recordar que no necesitas darle significado al mundo que ves. No tienes que depender de lo que tu mente te dice sobre lo que importa y lo que no. Todo lo que parece tan grande o tan pequeño en tu vida es igual ante los ojos de Dios, porque nada de eso puede cambiar quién eres realmente. Eres inmensamente amada, inmensamente amado, y tu verdadera esencia no está sujeta a la confusión de este mundo.
Suelta, aunque sea solo un poquito, la necesidad de comprenderlo todo. En su lugar, confía en que Jesús y el Espíritu Santo van contigo en cada pensamiento, en cada experiencia, en cada paso que das. Todas las aparentes preguntas o miedos son envueltos por su amor y transformados con infinita paciencia, porque ellos no ven tu resistencia como un fallo. La ven como otra ocasión para que el amor suave y constante que eres brille un poco más.
Regálate momentos de calma hoy. Mira a tu alrededor, sin presiones ni expectativas, y date permiso de soltar las ideas de diferencia o juicio sobre lo que ves. Todo lo que parece estar delante de ti es una imagen pasajera. Pero tú, al igual que el amor que te acompaña, eres eterna, eres eterno. Y este recordatorio, dulce y constante, te guiará de vuelta a casa.
Estás a salvo. Estás profundamente guiada, profundamente guiado. Estás hecha, hecho, de un amor tan infinito que nada de lo que ves puede tocarlo. Siente la paz de saber que no necesitas controlar este viaje, porque estás perfectamente sostenida, sostenido, y siempre lo estarás. Todo está bien. Todo será recordado como un simple reflejo de quién eres. Todo será transformado en la luz.