
Los milagros son naturales. Cuando no ocurren, es que algo anda mal
Principio de los Milagros 6 · UCDM
Hay días que se hacen demasiado largos. Días en los que te despiertas con el corazón apretado, incapaz de distinguir dónde empieza la ansiedad y dónde acaba tu identidad. A veces ni siquiera sabes por qué; simplemente algo chirría, un malestar, un vacío.
Y, aun así, insistes en creer que es normal. Que la paz es para unas pocas mujeres iluminadas, algún hombre místico en un rincón lejano del mundo; pero no para ti, no ahora, no con esta vida, este trabajo, estas sombras.
¿Hasta cuándo vas a seguir justificando tu sufrimiento? ¿Vas a seguir aceptando la guerra cotidiana como si hubiera nacido contigo? No te engañes: eso no es real. El milagro es tu estado de origen, no la excepción.
Desmontando el juego: ¿qué significa que los milagros son naturales?
Vamos a pensarlo fríamente, aunque sólo sea por un instante. El sexto principio de Un Curso de Milagros no deja grietas: “Los milagros son naturales. Cuando no ocurren, es que algo anda mal.” Así. Sin matices. Sin excusas.
¿De verdad lo crees? O, mejor dicho: ¿te atreves a pensarlo en serio? Si el milagro —la paz, la unidad, el sentirte en casa dentro de ti, es lo natural, lo corriente, entonces ¿qué es toda esa tristeza, ese conflicto, el cansancio, esas comparaciones tan dolorosas?
No es real. Es una estafa. Una mugrienta película que repite la mente y nos tragamos como si fuese la pura verdad.
Este principio disuelve el suelo bajo los pies del ego
- No viniste aquí a acumular conocimiento para sentirte “más despierta” o “más sabio”.
- Viniste a quitar el polvo, a desmontar las barreras que te impiden verte como eres: luz, paz, totalidad.
- El conflicto, la ira, la culpa, ese aburrimiento pegajoso y feo, no son parte de tu naturaleza.
- La separación, la comparación, creerte menos (o más), son palabras muertas en tu diccionario original. Nada que ver contigo.
La enseñanza: simple, demoledora. Si te falta paz, hay un estorbo. Si los milagros no brotan, algo —una creencia, un pensamiento, un juicio— está haciendo de tapón.
El ego como defensa: ¿cuántas justificaciones más necesitas?
Hazte a la idea:
- El ego te venderá siempre que el conflicto es inevitable. Que la culpa es una especie de penitencia sagrada.
- Te enseñará, cada día, a justificar tu ansiedad (“es lo normal, mira el mundo”, “es lo que hay, yo soy así…”).
- Y mientras compres ese discurso, el milagro no podrá florecer.
¿Sientes rabia hacia otra mujer? ¿Juzgas a ese hombre que nunca cambia? Dale la vuelta al guion: ahí, justo ahí, hay una trampa evidente. No hay milagro porque has puesto la barrera. Porque te empeñas en defender tu personaje herido, cuando podrías ser simplemente tú: inocente, completa.
No lo digo yo, te lo dice la voz interna que salta cuando dejas de maquillar tu dolor con excusas.
Si no hay milagro, si no hay paz, es que algo se está interponiendo. No es castigo. No es fallo tuyo ni condena. Solo un obstáculo para que el amor pase. Nada más.
La adicción a la separación: ¿por qué sigues creyendo que eres diferente?
Hay un hábito, un veneno cotidiano más pegajoso que el azúcar: comparar.
Nos comparamos todo el día con otras personas. Esa amiga tan espiritual, ese hombre que parece tan en calma… “¿Qué tendrán que a mí me falta?”
Y si por un momento te sientes “mejor”, te invade ese orgullo disimulado, la tentación de mirarte por encima del hombro o —peor aún— de agacharte ante el “santo”.
El principio no perdona. Si vemos santidad en otra mujer o en otro hombre, estamos reconociendo lo que ya somos. Si te humillas o te exaltas, has caído en la trampa:
- La santidad no es un escaparate ni una competición.
- No hay ninguna mujer más pura, ningún hombre más elevado que tú.
- Jesús (sí, aquel Jesús), sólo trascendió la ilusión un poco más deprisa. Pero en lo fundamental, somos idénticos.
- Ensalzar a otro, despreciarte o despreciarlos, reafirma la separación. Refuerza la culpa, borra el milagro.
El especialismo espiritual: la herida silenciosa que nadie quiere mirar
Duele. Duele admitirlo. Porque la mente va buscando excusas para adorar imágenes: al santo, al gurú, al líder… Y de paso reafirmar lo pequeños que somos, lo limitados que somos, lo lejos que está “la meta”. Otra vez, la mentira.
¿Para qué? Para mantenernos atrapados. Para impedir que reconozcas tu derecho legítimo a la paz, a la pureza, a la alegría plena.
¿Y si el único error —la única enfermedad real— fuera este especialismo, ese darle vueltas obsesivamente a cómo “llegar” al punto del que nunca saliste?
¿Y si el milagro fuera la cosa más sencilla y cercana del mundo, pero tú insistes en mirar a otro lado?
La práctica: cómo soltar la defensa y vivir el milagro en lo cotidiano
Hablar de milagros suena etéreo, pero aquí la propuesta es muchísimo más honesta y, a la vez, práctica. El milagro comienza justo donde empiezas a cansarte de culparte y defender tus justificaciones.
- Cada vez que notes inquietud, tristeza, juicio, apunta mentalmente: esto no es natural.
- No busques historias, ni razones, ni culpables.
- Pregúntate:
- ¿Qué defensa estoy usando ahora mismo?
- ¿Dónde coloco la barrera al milagro?
- ¿A quién me comparo, o con quién me humillo?
Para, de verdad. Haz una pausa. Reconoce que la culpa, el conflicto y la ansiedad no son “tu forma de ser”. Son síntomas de que has comprado una idea falsa.
Cuestiónatelo en las escenas pequeñas del día:
- ¿Por qué me ha irritado tanto ese comentario?
- ¿Por qué me siento menos ante esa persona?
- ¿Por qué me pesa tanto esto que, a lo mejor, es solo un pensamiento repetido?
La práctica consiste en dejar de justificar lo que te separa.
Si te pillas juzgando, si te asalta la reverencia hacia esa mujer mística, o ese hombre tan preparado, pídele ayuda al Espíritu Santo —como tú concibas esa voz interior— para recordar que sólo hay igualdad.
El milagro es dejar de empeñarte en hacerte diferente, especial, superior o inferior.
El hábito: integrar la igualdad como estado natural, no como teoría
No te engañes. Los discursos de igualdad quedan muy bien en los libros, pero se deshacen en cuanto te encuentras a alguien que parece tener algo que a ti te falta.
La paz, la igualdad, no se piensan, se viven. ¿Quieres practicarlo de verdad?
Haz el ejercicio
- Reconoce la unidad cada vez que saludes, hables, mires a alguien.
- Suelta el especialismo: esa manía de pensar que ciertas personas son superiores o más puras.
- Recuerda: tu derecho a la paz y a la alegría está intacto. Es tu estado natural.
Date cuenta, por favor
- Cada vez que te comparas, sufres, porque refuerzas la separación.
- Cada vez que ves la santidad en otro y te humillas, pierdes de vista tu luz.
- Y cada vez que te enamoras de la igualdad —no importa lo breve que dure esa sacudida— el miedo, la culpa y el conflicto se disuelven aunque sea un instante.
Las señales: ¿cómo sabes si estás permitiendo el milagro?
No lo busques fuera, que no está en los logros, ni en el número de horas de meditación, ni en los títulos espirituales.
Se nota porque:
- La paz no necesita razones, brota sola.
- La dicha es la nueva costumbre; lo amargo se vuelve raro.
- Dejas de reaccionar con rabia, con miedo, con necesidad de tener razón.
- Los juicios duran menos, no te atrapan igual.
- Empiezas a sentir a otras mujeres, otros hombres, como hermanas y hermanos. Sin reverencia ni desprecio. Sin diferencia.
Tu mundo no cambia por fuera; tú sí cambias. Y eso ya es un milagro.
Los tropiezos: obstáculos y sus formas cotidianas
La mente va a resistirse. Vas a recaer. Vas a volver a juzgar. Vas a adorar figuras y a despreciarte. No huyas de eso. Acepta tu humanidad, sin escudos. Pero no te conformes.
¿Reconoces a qué trampas caes con más facilidad?
- Juzgar a otra persona como “más santa”.
- Ridiculizar tus propios pasos.
- Sentir reverencia hasta perderte de vista.
- Postergar la paz porque “aún te falta mucho”.
¿Solución? No luches. Sólo mira. Entiende que cada juicio solo refuerza la ilusión de estar separada, separado. Pide ayuda —con honestidad— para ver la igualdad, aunque tu mente se resista.
El despertar no es una carrera, es una memoria que se va abriendo poco a poco.
La enseñanza más silenciosa: vivir desde el ejemplo, no desde el púlpito
Un estudiante, se convierte en maestro, cuando deja de hablar de Jesús, de repetir frases sabidas, y empieza a servir de ejemplo.
No hay sermón, no hay predicación, hay vida honesta. Vida sencilla. Vida en la que la igualdad y el milagro se vuelven lo más habitual.
La verdadera enseñanza es esta: mostrar con tu vida que el ego ya no tiene tanto poder, que el amor se cuela incluso en los días más feos.
El milagro no es para contarlo, es para serlo. Así, igual que tú, cada mujer y cada hombre puede despertar.
El coraje de mirar de frente: no tienes que resignarte más a la infelicidad
¿Sabías que es posible seguir eligiendo el conflicto simplemente por costumbre?
No se trata de “ganarte” nada, ni de acumular méritos espirituales. Sólo de dejar que la igualdad —el milagro, la paz— vuelva a ser tu escenario habitual.
¿Estás cansada, cansado, de hacer equilibrismo entre la culpa y el reproche? ¿No te resulta agotador tener que justificar tu derecho a la dicha? Eso también es una elección. Dura de ver, pero libertad pura cuando la descubres.
La importancia de regresar a tu estado natural: el milagro como vida ordinaria
No necesitas convertirte en alguien diferente, ni estar libre de errores. No hace falta ser perfecta ni iluminado. Basta con deshacer lo que nunca fue real.
La práctica es honrada, cruda, a veces incómoda. Pero profundamente liberadora:
- Mira tus pensamientos sin miedo.
- Señala las defensas que te separan, una a una.
- Suelta el juicio, la reverencia, la competición.
- Recuerda que la paz no es privilegio, es tu condición de nacimiento.
No necesitas mendigar un milagro. Sólo dejar de cerrarle la puerta. El milagro quiere entrar. La separación es solo el cerrojo, una broma que puedes elegir dejar de contar.
Y ahora, ¿qué?
No busques promesas dulces. No hace falta. El milagro es tan natural como respirar, como llorar, como amar.
Vivir desde ahí —soltar el guion del ego, mirar a todas las personas a la cara sabiendo que son tú— no es sencillo, pero sí posible. A ratos, a trozos, mientras la vida te va devolviendo a ese origen donde el milagro no es noticia. Es costumbre.
¿Te atreves a probar? ¿A dejar de justificar el conflicto y el sufrimiento? ¿A mirar lo natural como tu única herencia?
Tal vez el milagro no está lejos. No tienes que entenderlo, ni lograrlo. Soltar lo falso es más que suficiente.
Cuando sientas que la separación vuelve —cuando la culpa susurre y el juicio toque la puerta— acuérdate, sólo por hoy, sólo por un rato:
El milagro es natural. Nada ni nadie puede impedirte vivirlo, excepto una defensa que no tiene sentido.
Y entonces, sin hacerlo especial, continúa. Cada paso de honestidad, cada valentía pequeña, va afinando el oído para escuchar tu verdadera música.
No hay nadie más digno de milagro que tú. No hay milagro más fácil que el que deja de parecer milagro, porque es simplemente —por fin— natural.
Test de autoindagación
INSTRUCCIONES
Este test está diseñado como una herramienta de autoindagación. No se trata de aprobar ni de demostrar conocimiento, sino de mirarte con honestidad y reconocer dónde te encuentras en tu proceso.
Contiene 20 preguntas, cada una con tres posibles respuestas: A, B o C. Elige la opción que más se acerque a lo que realmente sientes o piensas, no la que creas que “deberías” responder. No hay respuestas correctas o incorrectas; lo importante es ser sincera, sincero contigo.
Al final, podrás evaluar en qué punto estás y qué aspectos puedes seguir trabajando para avanzar en tu camino espiritual. Tómalo como oportunidad para reflexionar y profundizar, no como un examen.
PREGUNTAS (Marca A, B o C en cada una)

