Cómo transmitir paz al hablar en público sin juicio ni presión

¿Eres maestro, facilitador o terapeuta? ¡Haz que tu mensaje llegue más lejos!

Libérate del juicio al hablar en público: guía práctica para facilitadores

Si alguna vez te has sorprendido midiendo tus palabras, priorizando conceptos desde la ansiedad de “esto sí, esto no”, temiendo que se note tu inseguridad o sintiendo que la sala parece un campo de batalla entre lo que importa y lo que no… detente aquí. Puede que tu oratoria esté pidiendo aire, igualdad, una grieta de autenticidad lejos de la perfección ritual.

¿De qué va toda esta exposición, de verdad? Desmontar la jerarquía de valores en la oratoria

Te formas durante años, lees, te reciclas, practicas. Y, sin embargo, justo cuando tienes el grupo delante, cuando las miradas buscan respuestas, aparece ese cosquilleo incómodo en el estómago. ¿Por qué, con tanto trabajo interno, sigo sintiendo la presión de acertar con la idea “correcta”? ¿Por qué, aun dominando la estructura, a menudo me ahogo en la duda sobre qué debería destacar y qué dejar pasar?

La crudeza es esta: la jerarquía de valores se cuela en la oratoria como el polvo bajo una puerta. Da igual que sepas que todo es ilusión o que la igualdad es la meta. Tu mente, tus hábitos y tu experiencia como mujer o como hombre te empujan sin piedad a recalcar, a señalar, a ordenar. Aquello de: “Esto sí que es fundamental”, “Aquí tienes lo realmente importante”, “El resto, bueno, es accesorio”.

El resultado no es solo una comunicación desigual: es un público inquieto, tenso, expectante. Unos se sienten dentro. Otros fuera. Nadie muy cerca ni de ti ni del mensaje. Y ahí se pierde la paz que quieres transmitir.

Ese vicio de pensar que lo que vives tú es lo universal

Nunca he visto a una facilitadora o a un maestro avanzados que no caigan, aunque sea un poco, en el síndrome del “esto es lo que tienes que entender”. A veces por deseo de ayudar, otras por falta de confianza en el grupo, otras por querer proteger la sala del dolor de la incertidumbre. El resultado es siempre el mismo: la oratoria gira en torno a una jerarquía invisible de “esto tiene peso, esto otro es trivial”.

Las expresiones típicas —“Esta práctica es la que de verdad produce cambios” o “Lo realmente transformador es esto”— ciegan al grupo y también a ti. Dejan fuera la curiosidad, la sorpresa, la posibilidad de equivocarse, la invitación a descubrir.

¿Qué pasaría si preguntas al público:

  • ¿Qué de lo de hoy te ha removido de forma inesperada?
  • ¿Por qué resuena en ti una idea que a mí me resulta secundaria? ¿Qué hay ahí?

Ya no hay orden ni escalera. Solo terreno fértil. Cada quien asoma desde un ángulo. La facilitadora y el facilitador también.

Interrumpir el ritualismo (aunque te tiemble la voz)

Hay días en los que el ritual es tu mayor refugio. El guion, las citas, los ejercicios perfectamente encadenados… una coraza para el miedo escénico o para la inseguridad que sigues sintiendo a pesar de los años. Pero el grupo lo huele. El público adulto, sensible, no soporta lo ensayado. Percibe el ritualismo igual que percibe el falso asentimiento: una barrera sutil entre el mensaje y el corazón.

¿La alternativa? La presencia real de quien está delante. Aunque la voz se quiebre, aunque el discurso sude autenticidad y espontaneidad más que brillantez.

Te doy varios atajos que no son cómodos, pero sí verdaderos:

  • Haz pausas. Cuando notes que repites mecánicamente, respira y pregunta:
    “¿Hace falta que siga o queréis que nos quedemos aquí un poco?”
  • Si hay fatiga, miedo, inseguridad, líbrate del esquema. Ofrece el espacio: “¿Alguien quiere compartir? ¿O paramos?”
  • Reconoce cuando pierdes presencia. “Estoy en piloto automático, ¿os ha pasado hoy también?”

La oratoria pierde, si quieres, brillantez. Gana humanidad. El público se relaja. Nacen risas, suspensos nerviosos, un murmullo de verdad.

Tu tono, tu ritmo, tu serena vulnerabilidad

Hay quien cree que la paz se transmite con voz baja y palabras amables. No es suficiente. El público reconoce rápidamente si detrás hay impostura o presión. No siempre puedes evitar un tono crispado cuando algo te supera, o una cadencia acelerada por la emoción o los nervios.

Pero puedes humanizar el espacio:

  • Hoy vengo acelerada, ¿lo notáis? No sé si podremos ralentizarnos juntas, juntos.
  • Tengo la impresión de que ningún ejemplo hace justicia a esto, ¿qué entendéis vosotras y vosotros?
  • Siento que repito, pero no me sale diferente hoy. Agradezco si alguien quiere romper el círculo.

Esto desarma cualquier juicio, crea una atmósfera donde la perfección deja de ser un requisito y el error es un huésped bienvenido.

Hablar desde la imparcialidad (no es neutralidad, es honestidad)

Imparcialidad no es distanciamiento paternalista ni objetividad inexpresiva. Es una rendición que cuesta, pero cura. Un modo de colocar tu propia voz al mismo nivel que la de cada participante, sin pedir jerarquía, sin poner frenos ni presiones.

¿Que cómo se hace?

  • Escucha. Mucho más de lo que hablas.
  • Responde desde la curiosidad en vez de la corrección.
  • Admite la influencia de cada pregunta: “Esto no lo había pensado. Dame un minuto.”
  • Integra la diversidad de vivencias como parte del discurso, no como interrupciones que “te hacen perder el hilo”.
  • Usa frases que igualen:
    • No lo tengo resuelto, lo reviso cada día.
    • ¿A alguien le pasa al revés?
    • Si algún ejemplo de los míos no te parece aplicable, estás en tu derecho.

Nada de esto debilita la autoridad. Al contrario. La robustece desde el respeto y la humildad.

Algunos ejemplos y pistas reales (con sus momentos incómodos)

Recuerdo a Julia, terapeuta veterana, que abrió una sesión con: “Hoy tengo la cabeza en otro lado, pero más ganas que nunca de escuchar. No tengo tema. ¿Qué os trae aquí?”.

El grupo se removió. No hubo chascarrillos fáciles. Pasaron minutos donde nadie aportó nada. Hasta que una voz joven rompió la inercia: “Pues vengo con rabia por tener que venir”. Y de ahí surgió la mejor práctica en meses. Sin estructura, sin plan.

Otro día, llegué a una sala con mi discurso en orden, y lo primero que escuché fue el cansancio del grupo. Solté el guion: “¿Os sirve que explique más, o preferís silencio y que salga lo que tenga que salir?” Nacieron preguntas insólitas. Se colaron historias de vida. Aquella sesión, caótica para mi perfeccionismo, llevó a las mejores valoraciones del año.

  • Hazlo diferente:
    • Repite la pregunta incómoda que nadie se atreve.
    • No respondas siempre, lanza otra pregunta.
    • Si juzgas en voz alta (sí, a veces lo hacemos), admite el error: “Eso sonó a juicio, no era la intención”.

Estructura flexible para una comunicación integradora

No se trata de actuar sin guion ni de negar la importancia del orden. El reto está en soltar la escalera de valores. Dale la vuelta a la costumbre:

  • Presenta el temario como opciones, no como líneas de meta.
  • Deja espacio para añadir o eliminar temas según la participación.
  • Normaliza que no todos estén en el mismo punto emocional ni conceptual.
  • Atrévete a cerrar con más preguntas que respuestas.

Esta flexibilidad deshace la presión y cultiva una percepción igualitaria donde todas y todos pertenecen.

Escucha activa y amabilidad: la base

¿De qué sirve una voz bella, un discurso bien hilado, si después el clima es tenso, receloso, a la defensiva? Nada solidifica el efecto transformador tanto como la escucha verdadera, la amabilidad activa y la capacidad de dejarse sorprender. Recógelo así:

  • Valida cada intervención: “Eso que cuentas es tan válido como lo que yo diga hoy.”
  • Mantén tu cuerpo abierto, la mirada suave, el gesto relajado.
  • No conviertas las respuestas en monólogos. Escucha, sí; acuérdate de responder soltando control, no imponiendo.

El público te lo va a agradecer con participación genuina o, a veces, con un silencio lleno de presencia.

Sin scripts, sin fórmulas, sin miedo al error: presencia real

Cuanto más tiempo llevas facilitando grupos, más tentador resulta caer en frases hechas, recursos probados, efecto seguro. ¿Qué hay detrás de eso? El miedo a no gustar, a no estar a la altura, a que la magia no aparezca.

Pero la auténtica magia surge al mostrarse sin tramoya. Pregunta, escucha, acoge el error, deja la idea de “cerrar bien la sesión”. Hoy, ahora, ponlo en práctica: suelta, pregunta, deja que la sala se descoloque. Nadie se va a acordar de tu frase más pulida, pero sí de tu respiración lenta cuando la tormenta empezó, del espacio que diste para que una historia personal saliera a la superficie, del respeto cuando una opinión zanjó la discusión.

Y, sobre todo, no intentes nunca —nunca— convencer. Comunica para compartir, no para arrastrar.

Tu voz, tu cuerpo, tu presencia: lo único que queda

Al final, lo que permanece de ti como facilitadora o facilitador, como maestra, terapeuta o aprendiz, es la manera en que te ofreciste: sin atajos, sin jerarquías, con paciencia incluso para el aburrimiento colectivo, con respeto para la confusión, con ternura para el cansancio.

Quien logra desactivar jerarquía, presión, expectativa y el afán de destacar, crea espacios donde se aprende por contagio, por resonancia, por descanso. No por presión, ni persuasión, ni espectáculo.

Y esto —esta auténtica igualdad en la comunicación— no solo produce paz en el grupo, sino también en ti.

Test de autoevaluación

INSTRUCCIONES

Este test no distingue entre éxito o fracaso. Es un espejo compasivo para descubrir las raíces de temor, juicio y control en tu forma de enseñar. Respóndelo con valentía y sinceridad; permite que cada pregunta abra un espacio de verdad. Marca A, B o C según tu vivencia más frecuente.

PREGUNTAS

1. Cuando estoy a punto de hablar en público o ante un grupo, mi impulso interno suele ser:



2. Ante la posibilidad de “equivocarme” o no tener respuestas,



3. Cuando siento nervios frente al grupo,



4. Evalúo el “valor” de mis ideas o mensajes según:



5. Cuando percibo a alguien desconectado en la audiencia,



6. ¿Puedo sostener el silencio si surge en una reunión o charla?



7. Frente a la crítica o el desacuerdo,



8. Cuando me pide improvisación o flexibilidad el grupo,



9. ¿Confías en que aquello que emerge espontáneamente en el momento puede ser más valioso que lo planeado?



10. ¿Qué haces al notar inseguridad, cansancio o falta de claridad en el grupo?



11. ¿Cómo manejas el deseo de impresionar?



12. Si alguien comparte una visión muy distinta a la tuya,



13. ¿Te permites decir “no lo sé” delante del grupo?



14. ¿Cuánto espacio dejas para experiencias y voces diversas?



15. ¿Qué haces cuando todo no sale como esperabas?



16. ¿Usas la espontaneidad y el humor auténtico en tus charlas?



17. ¿Cómo te relacionas con los errores propios en público?



18. ¿Estás dispuesto a recibir silencio, confusión o cansancio en el grupo como parte del proceso?



19. Cuando enseñas, ¿distingues entre comunicar para compartir y comunicar para convencer?



20. ¿Reconoces cuándo hablas desde el ritualismo o la “fórmula segura”?



¿Eres maestro, facilitador o terapeuta? ¡Haz que tu mensaje llegue más lejos!

Mi nombre es David Pascual, y soy la persona que está detrás de UCDM GUIDE.

Aquí comparto lo que aprendo sobre Un Curso de Milagros, con el fin de apoyar a estudiantes en su práctica. También ayudo a facilitadores y maestros a mejorar su comunicación digital y personal.

Cada semana comparto reflexiones y recursos por email (apúntate en el pop-up). Si eres facilitador o maestro también puedes hacerlo en mentoring.ucdm.guide.

Si quieres, escríbeme; estaré encantado de ayudarte en lo que necesites.

Mi deseo es que lo que encuentres aquí te acompañe en tu camino a reencontrarte contigo mismo.

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