
LECCIÓN 9: No veo nada tal como es ahora.
Lección 9 del Libro de Ejercicios de UCDM
Hay un cansancio muy íntimo que sólo conoce de verdad quien lleva mucho tiempo buscando algo distinto. Es ese agotamiento de volver a tropezar con las mismas sensaciones, las mismas discusiones repetidas cien veces –aunque los nombres cambien y los escenarios, también–. Ese querer averiguar por qué las cosas te hieren, por qué te asustan, por qué te empujan siempre hacia el mismo lugar estrecho.
Conoces bien la sensación: ponerle nombre a todo, intentar analizarlo, racionalizarlo, recoger la experiencia y guardarla en los cajones de tu historia. Pero la incomodidad sigue ahí. El vacío no se llena. Una pregunta se cuela como una corriente subterránea:
¿Y si todo esto, lo que me empeño en ver y entender, realmente… no es lo que parece? ¿Y si la raíz del malestar no está “fuera”, sino en la manera en la que insisto en mirar?
La Lección 9 de Un Curso de Milagros llega precisa y punzante a ese rincón:
“No veo nada tal como es ahora.”
No es solo una frase rara. Es una invitación luminosa a reconocer que vivimos atrapados en una imagen proyectada, siempre teñida por el pasado. Es un llamado a la humildad más profunda y, a la vez, una promesa de paz imposible de conseguir mientras sigas creyendo que ya entiendes el mundo que ves.
¿Qué significa realmente “no veo nada tal como es ahora”?
Has notado que, en cuanto abres los ojos por la mañana, tu mente ya está narrando, nombrando, clasificando. Miras la habitación y no ves una cama o una ventana “a secas”; ves tu cama, la que asocias con tal o cual recuerdo, tu ventana, la que te remite a miles de mañanas anteriores. Las personas que te rodean, los objetos, los ruidos de fondo, absolutamente todo lo que entra en tu visión está siendo “leído” por tu mente histórica.
El Curso no lo dice suavemente: lo que crees ver es una película vieja. No ves las cosas tal como son, sino tal como las has fabricado a base de interpretaciones, juicios, heridas antiguas y el ansia inevitable del ego de sobrevivir, de tener razón.
La percepción nunca es inocente
Nunca estás mirando una silla; estás mirando tu historia de sillas. Tu pareja no es solo tu pareja: es esa mezcla inconsciente de sueños, miedo, memorias, expectativas, fracaso o deseo. El mundo que ves está “manchado” por lo que arrastras. No hay objetividad ni hay, por tanto, real comprensión.
Esto, lejos de ser motivo de culpa o desesperación, es el primer resquicio de libertad. Si la percepción se puede cuestionar, se puede transformar. Si no es la realidad lo que te duele, si no eres prisionera, prisionero del mundo que ves –¡porque no existe tal cual lo ves!–, puedes empezar a desarmar el mecanismo y dejar de reaccionar automáticamente.
Puedes abrirte a ver, aunque sólo sea por un instante, que hay otra manera. Que, incluso si no entiendes nada, puedes dejar de luchar para defender tu interpretación.
Piénsalo:
- Si tu sufrimiento no es “lo que ocurre”, sino “cómo lo entiendo”, ¿cuánto tiempo más vas a pelearte por lo que ves?
- Si “no veo nada tal como es ahora”, ¿qué puedo permitirme soltar hoy?
Humildad completa: reconocer que no entiendes nada (y por fin respirar)
Esta lección es, sobre todo, un cortocircuito al ego. El ego ese sistema mental de defensa, juicio y comparación que tanto dolor nos trae, que siempre insiste en que sabe, que controla, que entiende.
Este convencimiento sirve para perpetuar el conflicto, para mantenerte separada, separado, de los demás y de tu propia paz. Cuando aceptas que tu interpretación no es verdad, que lo que ves es una distorsión, te abres al único aprendizaje real: el que no depende de ti, sino del amor.
No se trata de caer en la ignorancia pasiva ni de dejar de usar tus sentidos en la vida cotidiana. Se trata de dejar de idolatrar tu propio entendimiento, de parar el impulso de dar lecciones a la vida y, en vez de eso, rendirte a la posibilidad de que haya otra manera. Esa rendición –la humildad– es la condición previa para todo milagro.
- Reconoce que interpretas, no que ves.
- Admite, aunque sea incómodo, que no sabes qué significa nada realmente.
- Deja de defender tus conclusiones; permite la duda como espacio fértil.
Esa honestidad quieta y sin autoataque es el comienzo del deshacimiento del ego.
¿Por qué duele tanto dejar de entender? El miedo oculto en el fondo
Reconocer que tu percepción es falsa genera vértigo. No es sólo filosófico: hay algo primal en ese reconocimiento, como si de pronto quedaras sin suelo, sin referencias. Asusta mucho la idea de que lo que veo –incluyendo mi cuerpo, mi historia, mis relaciones– podría no estar ahí como creo. Surgen resistencias:
- El miedo a “no existir”.
- El pánico a perder las certidumbres que durante años te han mantenido “funcionando”.
- La agresividad silenciosa del ego ante cualquier invitación a soltar el control.
Lo paradójico es que precisamente esa incomodidad señala el camino correcto. Si la lección provoca desasosiego, está tocando alguna fibra esencial. Estás aflojando la cuerda que te mantiene atada, atado al sistema de pensamiento antiguo.
No luches contra la inquietud: obsérvala, ofrece tu buena voluntad aunque no entiendas (ni te guste) lo que ocurre.
Hay que practicar, no comprender: la liberación está en la acción
No necesitas entender con detalle lo que propone cada lección. La transformación ocurre por la práctica, nunca por la explicación perfecta. Esto puede generar ansiedad si eres amante del control, pero de hecho es una invitación a la libertad: nada, fuera de tu disposición y tu aplicación diaria, es requerido.
¿Qué pide la lección?
Sencillez y honestidad:
- Mira los objetos, personas, situaciones de tu día y repite, con sinceridad:
“No veo nada tal como es ahora.” - Deja de hacer selecciones: tanto lo pequeño como lo importante merece ser incluido en tu práctica.
- No intentes forzar la experiencia. Si te resistes, reconócelo suavemente y continúa.
Cada vez que lo haces, aunque sea sin fe o sin ganas, el muro de tus viejas interpretaciones se agrieta un poco más. Vas quitando los escombros y dejando al descubierto la imagen real que el amor puso en tu mente desde siempre.
El papel tiránico del pasado en lo que ves
La mente, programada por el ego, usa el pasado como filtro constante. Nada de lo que ves se libra de ese tamiz: proyectas significados, historias, miedos y hasta deseos sobre todo lo que te rodea.
¿Cuántas veces al día te sorprendes “viendo” una escena y reaccionando no al presente, sino a algo que ocurrió hace años? La memoria –ese vicio pegajoso– hace que tu percepción del mundo sea vieja, repetida, gastada.
- No ves a las personas; ves tu memoria de ellas.
- No vives por fin experiencias nuevas; reciclas viejas heridas.
- El pasado, como un velo opaco, condena al presente a no tener jamás oportunidad real.
Soltar este mecanismo no es fácil, porque el ego lo necesita para sobrevivir. Pero cada vez que aplicas la lección y reconoces: “No veo nada tal como es ahora”, un poquito de ese pasado pierde dominio sobre ti.
Práctica viva: incluirlo todo, dejar de excluir lo que “más te duele” o “más te importa”
Una de las trampas habituales es querer reservar algunas experiencias, personas o recuerdos “especiales” fuera de esta práctica. El Curso es claro: nada merece quedar fuera. Todo lleva la misma distorsión, todo requiere la misma honestidad.
- Eso que te irrita mucho, inclúyelo: “No veo nada tal como es ahora.”
- Aquella relación que parece darte identidad, inclúyela.
- El objeto al que tienes apego, inclúyelo.
- Tus propios pensamientos acerca del cuerpo, inclúyelos.
No es una cuestión de cantidad ni de análisis, sino de disposición a no hacer jerarquías. Si sólo aplicas la lección a lo neutro, no hay avance real.
La sanación ocurre cuando reconoces que no hay nada tan especial, tan único, que merezca tu defensa del viejo sistema de pensamiento.
Cambios internos y señales honestas de transformación
Estos días lo sentirás –si eres sincera, sincero– en pequeñas cosas:
- Menos impulsos de juzgar y clasificar todo.
- Menos reactividad emocional ante lo que antes parecía inaguantable.
- Un cierto asombro, infantil y fresco, ante lo cotidiano. Como si pudieras mirar, por fin, sin la fea costumbre de anticiparte y definirlo todo.
- Van perdiendo peso las historias de injusticia, culpa o especialismo.
- Te descubres dispuesta, dispuesto, a no saber; esto, que antes era humillación, ahora se siente como un parteaguas, como descanso profundo.
No es mágico. No soluciona la vida en un día. Pero se nota… y no da marcha atrás.
Obstáculos y resistencias: mirarlas de frente y no rendirse
La mente resistirá. Es su trabajo. Habrá días, sobre todo al principio, en que la práctica se sentirá vacía o incluso absurda. El ego, en sus diferentes voces, te recordará:
- “Esto no sirve para nada.”
- “Eres incapaz de practicarlo bien.”
- “Hay cosas que sí comprendes perfectamente; no todo es mentira.”
Ninguno de estos pensamientos es verdadero. Deja que lleguen, obsérvalos y vuelve suavemente a la consigna:
- Tu Maestro real es el amor, no la voz interna que decreta que debes entender todo ahora.
- La incomodidad es señal de avance, no de error.
- Si sientes ganas de abandonar, frénate y respira: cada pequeña práctica es ya suficiente.
- Si te descubres excluyendo algo, simplemente reconoce el hecho y vuelve a incluirlo: no pongas excusas ni ataques tu proceso.
La ternura contigo misma, contigo mismo, es la base de todo aprendizaje real.
El milagro callado: aprender a ver desde la quietud, no desde el miedo
El verdadero milagro no suele ser un éxtasis ni una revelación literal. Es, casi siempre, una grieta silenciosa y honesta en el muro de lo de siempre. Un espacio, pequeño pero inconfundible, donde dejas de reaccionar por un instante. Donde sabes que tu forma de ver –tus viejos espejismos– ya no mandan tanto.
- Puedes mirar sin juzgar, aunque sea un minuto.
- Puedes dejar espacio para la inocencia, soltando la necesidad de controlar.
- Aprendes a mirar la vida sin las gafas automáticas del conflicto heredado.
Ese minuto basta para que comiencen a cambiar los cimientos de tu conciencia. La verdadera enseñanza no es que puedas entender el mundo por fin, sino que puedes dejar de interpretarlo compulsivamente.
Solo así el amor tiene hueco.
Tu función: aprender y enseñar al permitir el cambio
Quizá pienses que sólo personas realmente avanzadas pueden vivir así. El Curso, sin embargo, niega cualquier especialismo: quien practica, aprende; quien aprende, enseña. Así de simple.
Tu transformación interior no es teoría: es la lección viva que irradias a quienes caminan contigo, aunque nunca cites un verso del libro.
- Enseñas al dejar de defender tus juicios.
- Enseñas cuando practicas la humildad y la honestidad sin violencia.
- Eres ejemplo de paz al atreverte a mirar todas las cosas como si no supieras nada sobre ellas.
Tu serenidad –hecha de fallos, resistencias y pequeños deshielos– es el mayor regalo para otras mujeres y hombres que, como tú, anhelan romper su propio ciclo de dolor.
Deja hueco al milagro: lo que no aún sabes ver, puede traerte paz
Soltar el afán de entender es lo más radical, y lo más sencillo, de lo que habla la Lección 9. Aceptar que tu percepción está distorsionada no es resignación; es dejar la puerta abierta para que algo nuevo, suave, sanador, pueda por fin entrar.
No te exige nada imposible: sólo honestidad, solo practicar No tienes que hacerlo bien. Ni siquiera tienes que creer que va a funcionar.
Permítete un día, una semana, mirarlo todo con una quietud sorprendente:
No veo nada tal como es ahora.
Lo dirás entre dientes, con escepticismo o cansancio o asombro. Sigue adelante: cada vez es una semilla en el terreno baldío que el ego dejó.
Quizá, poco a poco, lo terriblemente conocido de tu mundo empiece a perder consistencia. Quizá descubras, debajo del escombro, la luz limpia de un instante santo. Quizá, por fin, entiendas –sin que te lo explique nadie– que tu paz no necesita significado, ni control, ni certezas.
Tu despertar está hecho de pequeñas grietas como ésta. Esas grietas, si las honras, si las miras de frente, acaban dejando pasar la luz.
Lo verdaderamente inaudito empieza en la próxima lección
Solo afloja, solo mira con asombro lo que creías conocer. Habla en voz baja con tu corazón. Deja a Jesús, al Espíritu o al amor como prefieras, que te enseñen a mirar de nuevo.
Y cuando llegues a la siguiente lección, hazlo con la misma humilde curiosidad.
El camino no termina; cada día abre un hueco más, cada grieta te acerca a una paz que ni imaginabas.
Deja que sea sencillo. Deja que sea honesto. El milagro ocurre allí donde menos te defiendes. Nos vemos en la próxima lección.
Continúa profundizando en la lección 9 de Un Curso de Milagros
Para seguir profundizando en el estudio de la lección 9, puedes consultar los malentendidos frecuentes y leer las preguntas clave que ayudan a aclarar dudas y a mirar la lección desde otra perspectiva. Estos recursos complementan el estudio y ayudan a comprender los matices que a veces se pasan por alto.
Test de autoindagación
INSTRUCCIONES
Toma este test como un ejercicio de honestidad radical. No vengas a buscar “aprobar” ni encontrar la respuesta ideal; siéntelo como una oportunidad para desvelar qué retienes —y cuándo— el significado que tú, desde la mente confundida, has proyectado sobre todo el mundo.
Lee cada pregunta. Marca la respuesta que describe con mayor verdad tu vivencia actual — A, B o C — incluso si sientes resistencia o incomodidad. No hay premio ni castigo: sólo claridad. Al terminar, podrás descubrir qué patrones nutres y qué disposición existe para el deshacimiento del error.
PREGUNTAS (Marca A, B o C en cada una)
