No hay grados de dificultad en los milagros · Práctica y Test

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¿Hasta cuándo vas a seguir creyendo que «esto» es imposible de perdonar, que «aquello» no tiene cura, que hay heridas tan profundas o problemas tan enormes que ninguna fuerza del Espíritu puede tocar?

¿Cuántas veces más te arrodillarás ante la lógica implacable de tu mente, que sitúa tus problemas en una escala del uno al diez, decidiendo —sin pedirte permiso— que el sufrimiento tiene colores, tamaños, niveles, y sobre todo, excepciones?

La respuesta de Un Curso de Milagros es su primer principio: nada de esto es cierto. No hay grados de dificultad en los milagros. Tómate un segundo, deja caer el escudo, y escucha. No porque te lo diga un libro, ni porque sí, sino porque, en el fondo, hay algo en ti que anhela con toda su fuerza que esto sea verdad.

¿Por qué insistes en que tu dolor es especial?

Vas por la vida convencida, convencido, de que tu historia pesa más, que tu enfermedad es más cruel, que tu pérdida, tu vergüenza, tu miedo, ese hueco en el fondo del pecho, son distintos, más reales, que los de los demás.

Y eso no es vanidad, es el gran engaño del ego: te separa, te aísla, te vende la idea de que tus demonios no tienen remedio, o al menos no del mismo modo que los de otras personas.

Pero, ¿y si —de verdad— todos los problemas fueran uno solo? ¿Y si la cura —el milagro— fuera idéntica para todos los dolores, grandes o pequeños? ¿Y si el amor, cuando se expresa, tuviera exactamente la misma fuerza, lo mismo al abrazar a tu hija que al mirar con ternura a quien te hiere?

Y, por encima de todo, ¿y si todo este espectáculo de diferencias fuera solo el eco de una sola idea: que somos diferentes a Dios, diferentes entre nosotros mismos? Si lo miras cara a cara, se empieza a derrumbar.

Todo problema es una oportunidad de sanar — sin excepción

Haz memoria. Lo que hoy te angustia (la pelea con tu hermano, la cuenta del banco, la enfermedad) parece distinto de aquel pequeño enfado por el tráfico, ¿verdad?

Pero fíjate bien. ¿No reaccionas con la misma ansiedad, la misma justificación, la misma prisión de tu historia? ¿No sientes, fondo dentro, esa voz que enumera tus razones, tus derechos, tus heridas? ¿No te parece siempre cierto que HOY SÍ tienes algo realmente grave entre manos?

El curso dice que no, rotundamente no. Y en ese NO hay una promesa.

  • No hay grados de dificultad en los milagros.
  • Curar una amistad rota no es menos milagroso que sanar un cáncer terminal.
  • Perdonar un insulto trivial es igual de milagroso que poder dejar atrás años de odio hacia quien te destruyó la infancia.
  • Amar implica saltar cualquier frontera; no reconoce diferencias. El milagro es el mismo en la cara de tu hija y en la de un extraño. Todo es la oportunidad de volver a la Unidad.

¿Y si empezaras a tratar cada pequeño enfado, cada tristeza sorda, cada golpe de vida, como si fueran iguales —iguales de falsos en su origen, iguales de dignos de amor?

El origen del sufrimiento: la trampa de los grados

Vivir en el mundo del ego es vivir dentro de una especie de catálogo infinito: este problema es importante, aquel no; esta herida es grave, aquella es un juego. Haz una lista de tus preocupaciones ahora mismo y comprobarás esto palabra por palabra.

¿Quién decide que hay cosas pequeñas y cosas enormes? Tu mente. La mente entrenada por el ego compara constantemente, establece diferencias, jerarquiza, casilla, ordena.

Es lo que sabe hacer; es su manera de reforzar la separación. Porque, si hubiera un solo problema verdadero —la idea de estar separada, separado, de Dios— sería demasiado fácil sanarlo. Sería imposible sostener la culpa.

Eso es lo que tienes que mirar de frente si realmente quieres caminar este camino: todo dolor proviene de la creencia en la separación. De la culpa.

Los «problemas» del mundo, sean una muela rota o la muerte de la mujer que amas, son símbolos de esa única idea. Todo miedo es miedo de haberte apartado de tu Fuente. Todo conflicto es, en verdad, tu intento inconsciente de negar la grandeza inextinguible que te habita.

¿Qué hace entonces el milagro? Te lo recuerda. Te devuelve a casa.

Lista de trampas del ego en la percepción de los grados de dificultad

  • Pensar que solo mereces milagros para problemas «importantes».
  • Dejar de pedir ayuda interna porque «esto lo puedo solucionar yo».
  • Imposibilitar el perdón cuando sientes que la herida es demasiado profunda.
  • Creer que el Espíritu está ocupado en grandes tragedias, pero indiferente ante tus batallas domésticas.

El milagro es un cambio de percepción

Aquí viene el giro radical que propone Un Curso de Milagros, tan sencillo, tan devastador en sus implicaciones: el milagro no es un evento sobrenatural, ni una curación mágica, ni un suceso que violenta las leyes de la física. El milagro es —simplemente— un cambio de percepción. Así de humilde. Así de real.

No tienes que fingir. No tienes que forzarte a ver con otros ojos —eso sería solo otro truco del ego para hacerte culpable cuando no logras responder con amor. Se trata de una disposición, un ofrecimiento de tu mente: “No entiendo nada de lo que veo aquí, pero estoy dispuesta, dispuesto, a comprender algo nuevo”.

En lo cotidiano, esto se traduce en gestos ligeros, apenas perceptibles. Un suspiro antes de explotar. Una sonrisa. Un instante de honestidad donde sueltas la lógica de haber sido víctima y permites —aunque sea por una grieta— que asome el milagro.

Expresiones cotidianas del cambio de percepción:

  • Sentir alivio al dejar de pelear con tus propios pensamientos.
  • Darte cuenta que no necesitas tener razón para estar en paz.
  • Reconocer que no sabes cuál es el sentido de esa enfermedad, pero puedes abrirte a verlo de otra manera.
  • Aprender a mirar a tu madre o a tu padre y ver más allá de los años de resentimiento.
  • Ofrecer al instante presente la posibilidad de ser diferente al pasado.

No eres culpable por creer en los grados, pero puedes soltar esa carga

La honestidad, el coraje —y sí, la humildad— que pide UCDM no es otra cosa que esto: admitir que todavía crees que hay grados de dificultad; que juzgas, que te enfrentas a la vida como si algunos retos fueran casi imposibles y otros, rutinarios.

No te hagas daño por caer en esa trampa. Nadie, ninguno que esté aquí, ha escapado aún de esa mente comparativa y fragmentada. La función del milagro nunca es hacerte sentir más pequeño, menos espiritual, más falsa o más falso. Es —simplemente— crear el espacio donde la mentira pueda ser vista, expuesta, sanada.

  • La única razón por la que miras tus tragedias como insuperables y tus bendiciones como tontas, es porque tu mente está luchando por sobrevivir como un ser separado, una mente dividida.
  • No es tu culpa. Pero sí es tu oportunidad.

Recuerda:

  • No puedes cambiar de mentalidad si no ves primero el truco en el que has caído.
  • Todo lo que ahora sientes como negativo, temible, permanente, solo está pidiendo ser reinterpretado.
  • El milagro no juzga el tamaño de tu dolor; simplemente lo disuelve.

¿Te atreves a mirar todos tus problemas como el mismo problema?

Haz la prueba —no para forzarte, sino porque ya te has cansado de sufrir a tu manera—. Mírale a tu mundo las dobleces, los pliegues, los colores, los dramas. Pregúntate:

  • ¿Qué pasaría si todo fuera solo una llamada a recordar el amor?
  • ¿Y si debajo del conflicto, del dolor, de la rabia, solo hubiera una petición de unión, de volver a la inocencia, de regresar a casa?
  • ¿Cuánto tiempo más necesitas para rendirte y admitir que el intento de resolver cada problema por separado nunca te ha traído paz?
  • ¿Cuánta energía gastas temiendo lo que podría pasar, haciendo cálculos de cuáles son tus heridas insalvables y cuáles puedes disimular, arreglar, decorar?

No tienes que hacerlo todo de golpe. Puedes practicar con lo pequeño, con lo trivial, con lo «fácil» según tu medida. O puedes ir directo a lo que más duele, si tienes esa determinación y el Espíritu te acompaña.

Lo único que importa es la disposición —la honestidad de mirar, con amor, el absurdo de seguir defendiendo las diferencias.

Pistas para aplicar este principio en tu práctica diaria

Sueles leer sobre el milagro, reflexionar, sentirte inspirada un rato, pero a la hora de la práctica… la realidad te arrastra. No pasa nada. Aquí tienes señales y pequeños ejercicios para ayudarte en ese salto del pensamiento a la experiencia.

Observa tus reacciones

  • Cuando surja un problema, date un instante para preguntar mentalmente:
    ¿Estoy dispuesta, dispuesto, a ver esto como una oportunidad para sanar —igual que cualquier otra?
  • Si te pillas pensando “esto es diferente, esto sí es demasiado”, reconoce esa defensa. No pasa nada. Suéltala cuando puedas.
  • Haz una lista visible de tus “grandes problemas” y tus “problemas pequeños” del día. Luego, a cada uno, aplícale la misma frase: “No hay grados de dificultad en los milagros. Todo esto pide lo mismo: regresar al amor.”

Reconoce el único problema de fondo

  • Cuando sientas ira, miedo, tristeza, repite mentalmente: “Solo hay un problema: la creencia en la separación.”
  • Hazlo antes de buscar respuestas, soluciones, consuelo afuera.

Cede el control

  • Practica no defenderte tan rápido cuando la vida te abofetea.
  • Permite que el Espíritu te muestre el significado, en vez de apresurarte a decidirlo tú.
  • Pregúntate con honestidad: ¿Para qué está ocurriendo esto en mi vida? ¿Cómo puede este dolor, esta molestia, este absurdo, acercarme más a la unión?

Date permiso para sanar por capas

  • Si un resentimiento vuelve una y otra vez, no pienses que has fracasado. Solamente estás lista, listo, para ir más hondo ahora.
  • Usa cada repetición como una nueva oportunidad de practicar la misericordia, contigo misma, contigo mismo.

La imposibilidad de “amar a medias”: todas las expresiones de amor son máximas

No se puede estar “un poco embarazada”, ni se puede amar solo “un poco”. O amas, o no amas. O hay milagro, o estás soñando con tus problemas de siempre.

Expresión máxima que suena ambiciosa, ¿no? Pero es todo lo contrario. El amor no tiene grados. Cuando “amas” aunque sea apenas un rato, amas por completo. Cuando perdonas de verdad, no hay nada que perdonar.

En tu camino y mi camino habrá días mediocres, de práctica tibia, recaídas viejas. No luches contra eso. Pero no caigas en la trampa de creerte menos digna, menos digno, menos capaz, cuando te parece que tu amor es escaso. El amor es —no importa si lo sientes mucho o poco— siempre total.

La función que te espera: enseñar —desde dentro— que todo es lo mismo

No hará falta que “enseñes” a nadie. Basta con tu ejemplo, tu disposición, tu pequeño salto de percepción cada día. La paz se transmite de forma invisible, en tu silencio, en tu capacidad de no reaccionar, en tu manera de mirar a tu hijo o a tu jefe después de una discusión.

Cuando te permites experimentar que todo problema es igual porque todo dolor es el mismo, otros lo sienten. Tus hijos, tus amigas, tu pareja, tus clientes, tu entorno. El milagro no necesita propaganda; necesita canales dispuestos.

Si quieres “enseñar” algo a este mundo, enséñate a ti misma, a ti mismo, a dejar de creer en la balanza del sufrimiento. Eso es vivir el milagro.

Cuando falla tu fe y la culpa vuelve a la carga

Sí, lo harás mal mil veces. Sí, juzgarás, compararás, volverás a defender tus dramas. Es normal. El curso no va de superhéroes, sino de un entrenamiento de honestidad. Lo que cuenta es que cada vez, incluso mientras caes, recuerdes la frase: no hay grados de dificultad en los milagros.

Usa tus errores, tus recaídas, para practicar el único milagro: el perdón. Perdónate de corazón por no saber amar más, por no saber perdonar más, por dejarte llevar por el miedo.

El milagro sigue disponible, igual de cerca, igual de gratuito. Solo tienes que quererlo otra vez.

No hay grados de dificultad en lo que puedes soltar — ni en el amor que te espera

No deberías esperar vivir cada día como una santa, un santo, volando por encima de tus tragedias. Sólo elige dejar de defender las diferencias. Date cuenta de lo absurdo que es clasificar tus problemas, tus heridas, tu capacidad de amar.

Mientras sigas pensando que hay problemas “grandes” y problemas “pequeños”, das poder a la ilusión de separación. Mientras elijas practicar que todo pide lo mismo —el regreso al amor—, estarás abriendo la grieta por donde se cuela la luz.

No necesitas fe ciega. Basta con la honestidad de verte igual de digna, igual de digno, del milagro cuando lloras a moco tendido en la cama que cuando meditas en paz.

Recuerda: “No hay grados de dificultad en los milagros. Todos los problemas son uno, todas las soluciones son el Amor.”

La próxima vez que tu mente insista en ponerte en una escala del uno al cien, sonríe. Respira. Acuérdate de la grieta. Y si eres capaz, extiende esa paz aunque sea por un instante a quien menos creas que lo merece (a lo mejor eres tú misma, tú mismo).

Déjate tocar por el milagro que iguala todas las cosas

Un día —quizá hoy, quizá mañana— lo verás con claridad: no hay problema demasiado grande, ni miedo tan pequeño que no pueda ser sanado por el milagro. No hay grados de dificultad en el amor que te sostiene.

Así empieza el despertar. Así empieza el verdadero viaje con Un Curso de Milagros.

Cuando te sientas preparada, preparado, date el permiso de afrontar el siguiente Principio del Milagro . Porque cada paso en este camino es, de verdad, un paso en el regreso a casa.

¿Te animas a mirar tu próximo problema —sea cual sea— como la mismísima oportunidad del milagro? Adelante, el camino se recorre como se aprende a amar: sin grado, sin prisa, sin excepción

Test de autoindagación

INSTRUCCIONES

Este test no mide progresos ni compara trayectorias. Solo es una oportunidad para mirar, desde la neutralidad y la mansedumbre, en qué lugares de tu mente sigues defendiendo la distinción, la gravedad, la jerarquía de conflictos que el ego necesita para sobrevivir.

Marca A, B o C según lo que honestamente predomine ahora en ti. Úsalo como un espejo: no para condenarte, sino para abrir espacio a esa luz que ya está en ti, esperando a ser reconocida.

PREGUNTAS (Marca A, B o C en cada una)

1. Ante un desafío que juzgo grave, suelo sentir:



2. Cuando perdono una ofensa pequeña, me resulta:



3. Si la enfermedad aparece en mi vida o en la de alguien que amo, tiendo a:



4. ¿Crees que alguna situación es imposible de sanar en esta vida?



5. ¿Reconoces cuándo tu ego te convence de que «esto es diferente» o «más grave»?



6. Al ver noticias de tragedias globales, mi reacción básica es:



7. ¿Dónde aplicas más la práctica del Curso?



8. La frase “todas las expresiones de amor son máximas” suscita en mí:



9. ¿Crees que el Espíritu Santo está más interesado en dramas que en tus “menores problemas”?



10. ¿Te aferras a tu razón, tu herida o tu narrativa cuando sientes que algo te supera?



11. ¿Tienes áreas, personas o recuerdos a los que te niegas a aplicar el principio?



12. Cuando experimento paz tras practicar el principio, ¿crees que has hecho “bastante” para tu sanación?



13. Tu visión suele estar más cerca de:



14. ¿Cómo afrontas el miedo a “perder” si entregas todos tus problemas por igual?



15. ¿Ves tu trabajo espiritual como una cuestión de cantidad o profundidad?



16. Si otra persona habla de su dolor como “insuperable”, tú:



17. Antes de aplicar el principio, ¿buscas comprenderlo todo mentalmente?



18. ¿Puedes reconocer que tu sufrimiento solo existe porque insistes en definirlo como “especial”?



19. ¿Te das cuenta de cuándo usas la espiritualidad para minimizar “temas grandes”, sin realmente entregarlos?



20. ¿Estás dispuesto a vivir la experiencia de que “no hay grados de dificultad”, aunque desafíe todo lo que has considerado real?



¿Eres maestro, facilitador o terapeuta? ¡Haz que tu mensaje llegue más lejos!

Mi nombre es David Pascual, y soy la persona que está detrás de UCDM GUIDE.

Aquí comparto lo que aprendo sobre Un Curso de Milagros, con el fin de apoyar a estudiantes en su práctica. También ayudo a facilitadores y maestros a mejorar su comunicación digital y personal.

Cada semana comparto reflexiones y recursos por email (apúntate en el pop-up). Si eres facilitador o maestro también puedes hacerlo en mentoring.ucdm.guide.

Si quieres, escríbeme; estaré encantado de ayudarte en lo que necesites.

Mi deseo es que lo que encuentres aquí te acompañe en tu camino a reencontrarte contigo mismo.

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