Los milagros —de por sí— no importan · Práctica y Test

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Las noches interminables, cuando la mente se agita como un animal acorralado, cuando no sabes si venderías tu alma por una pizca de alivio. Da igual que te ocurra una vez al año o todos los viernes: sabes de qué hablo.

Has buscado milagros. Los has suplicado, imaginado, pedido a gritos o en silencio.
Que sane tu madre, que vuelva tu pareja, que este miedo desaparezca, que la culpa no te persiga más. Pero los milagros, por mucho que medites, por mucho que reces, no llegan siempre como quisieras. Y lo sabes.

No hay milagro que, en la forma, dure para siempre. No hay alivio externo que no acabe convertido en otra cosa: otra búsqueda, otra petición, otro precio a pagar.

Y si te atreves a mirar detrás del telón —tan solo un segundo, aun cuando te dé vértigo— te das cuenta de que todo va de otra cosa. No de cambiar la película, sino de recordar que el proyector está en otro lugar.

El principio 2: Los milagros no importan — ¿te atreves a soltar?

“Los milagros —de por sí— no importan. Lo único que importa es su Fuente, la Cual está más allá de toda posible evaluación.”

No busques magia donde solo hay espejos. Deja de mendigar paz en cuerpos, historias, gestos, signos.

Lo que está diciendo aquí Un Curso de Milagros es claro: los milagros no son tu salvación. No son el fin.

Sirven —nada más y nada menos— para recordarte quién eres, para despistar al ego lo suficiente y así poder mirar a la Fuente. Nada más.

Los milagros se acaban, la Fuente no.

Al ego —al tuyo, al mío— le parece ofensivo. Quiere portentos, quiere que lo salven de su propio miedo, quiere resultados tangibles. Pero la paz, cuando llega, no responde al ego: responde a la llamada de una profundidad que no tiene palabras ni contexto.

El milagro te señala la puerta, no es la Casa. La Casa está allí donde miras y todo juicio desaparece. ¿Lo ves? Dejar de idealizar los milagros es dar el salto más honesto que puedes hacer en este camino.

¿Qué te pide cambiar este principio? Suelta el circo del ego y regresa a casa

Olvídate de historias de santos y de prodigios. El milagro que importa brota dentro, cuando dejas de ensalzar lo extraordinario y te permites mirar dónde nace todo: la mente, tu mente, que al fin y al cabo sigue soñando con una separación que nunca ocurrió.

¿Qué cambio pide este principio en tu mente?

  • Suelta la glorificación del milagro externo.
    Los milagros nunca han sido actos de pirotecnia espiritual; son cambios diminutos, íntimos, imperceptibles, de percepción.
  • Reconoce que todo valor reside en la Fuente, no en el fenómeno.
    Da igual que sanes una pierna o transformes una relación; lo que cuenta es el regreso a la verdad, el descanso en la quietud que no tiene nombre ni imagen.

Recuerda esto cada vez que sangra tu herida:

  • El milagro es una excusa, una grieta, un permiso para soltar las ilusiones fabricadas por el miedo.
  • En el Cielo los milagros ni siquiera hacen falta; nadie está separado, nadie pide ayuda, nadie necesita ser “corregido”.
  • Si los milagros importan es porque la mente no puede sostener el dolor de la separación y necesita pistas para volver a casa.

Eso es todo.

El milagro importa sólo como recordatorio, solo en tanto señala lo que no es real y te orienta, suave, hacia lo que nunca dejó de serlo.

El ego y sus tretas: ¿qué ilusiones se desenmascaran al practicar este principio?

Nunca dejan de sorprender las capas a las que todos somos capaces de aferrarnos: teorías, magias, historias acumuladas por el puro miedo a mirar el vacío sin filtros.

Este principio mete el dedo en la llaga: desmonta tres creencias letales:

1. El milagro como espectáculo exclusivo

El ego te susurra que el milagro es especial, reservado para unos pocas, destinado a elegidas o elegidos que han cumplido las condiciones. Mentira. El milagro no distingue, es corrección, es grieta en la percepción, y eso basta.

2. La creencia en la realidad de la separación

Todo el curso es una invitación —a veces una bofetada— a dejar de creer en el mito del pecado, la culpa, el sacrificio, el miedo. El milagro deshace eso: se ríe de la tragedia. Recuerda que nada —absolutamente nada— puede alterar la Fuente.

La compulsión de medir, juzgar, evaluar

Dios no juzga. No conoce el hacer, solo el Ser. Cada vez que insistes en evaluar lo que pasa, te vuelves a perder en el laberinto del ego. El milagro te invita a dejar de jugar a ser juez:

  • ¿Esto me conviene?
  • ¿Esto es malo?
  • ¿Esto es justo?

Pero el Amor no compara, no mide, no pone etiquetas.

¿Te puedes permitir dejar un día, medio día, una hora sin juzgar? Ahí empieza la verdadera práctica.

¿Habrá paz para ti de verdad? Hábitos y actitudes que se instalan cuando ya no buscas milagros, sino origen

Hay algo brutalmente tierno en quien se atreve a abandonar la esperanza de los milagros externos. Es la rendición, sí, pero no ante la desgracia sino ante la paz que ha esperado toda la vida para ser reconocida.

Las actitudes y hábitos que recomienda el curso no tienen glamour, pero cambian vidas:

  • Humildad ante la Fuente:
    No tienes que ser nadie especial para ser digna, digno. La fuente no distingue, tú tampoco deberías. Da las gracias, aunque no sepas porqué.
  • Desapego del resultado:
    Deja de buscar que los milagros cambien algo fuera. Lo que se transforma es la percepción, no la materia.
  • Practica la rendición:
    Di, con las tripas y la mente: “No sé lo que esto significa, guíame.” Repite si hace falta: “cada carga emocional es un regalo si lo dejo en manos del Espíritu.”
  • Reconocimiento de la ilusión:
    Cuando vuelvas a sentir culpa, ansiedad, dolor, testéalo en tu conciencia: ¿esto es real, o solo la enésima escenografía de la separación? Haz de la frase “Esto no importa. Solo la Fuente importa.” tu mantra, tu consuelo, tu zarza ardiente.
  • Reflexiona —y descansa— en la Fuente:
    No se trata de rezar ni de disciplinarte. Solo siembra ratitos donde recuerdes —sin palabras— que eres creación, que lo único real está en lo que no se puede perder.

Si te parece mucho, bájalo a lo más humilde. Un minuto aquí, otro allí. Lo pequeño vale más que mil promesas.

Dar ejemplo desde el amor: cuando ya no hay nada que demostrar

El curso es despiadadamente honesto —no importa cuánto sepas, importa cuánto practiques. Pide hechos, no discursos.

Cuando aplicas este principio, cuando dejas de idolatrar los milagros y te rindes a la Fuente, ocurre algo que no se puede fingir:

  • El ejemplo se vuelve tu única enseñanza auténtica.
  • Ya no necesitas convencer a nadie, ni justificarse, ni dar clases magistrales.
  • La paz que transmites (o esa grieta por donde se cuela el amor) basta para recordarle al mundo que el conflicto era solo teatro.

Esto no es teoría. La gente lo siente, lo huele, lo nota. Quien está en paz no compite, no reacciona, no se defiende. Quien está en paz enseña a amar por pura vibración, no con palabras.

Si te ves en una discusión, un enfado, un ataque, y recuerdas “esto no importa”, todo cambia:

  • Respondes con serenidad incluso si otra parte de ti quiere ladrar.
  • Sabes que la batalla es falsa.
  • Hay momentos en que incluso las discusiones parecen irreales, se disuelven en un aire de familia (o de vacío).

Y ahí enseñas —sin querer. Enseñas que la separación nunca ocurrió.

¿Cómo saber que tu mente está cambiando? Señales honestas (y a veces incómodas)

La paz no es lineal. Hay recaídas, resistencias, días en los que gritarías, otros en los que danzarías. Pero la práctica hace su trabajo, aunque no puedas medirlo.

Las señales más claras de que el milagro (la corrección interior) está haciendo su trabajo suelen ser humildes:

  • Menos juicio, menos evaluación.
    El pulso por evaluar se va aflojando. Importa menos quién gana, quién pierde, quién viste de santo o de diablo.
  • Más búsqueda de la Fuente, menos dependencia del ego.
    Atención: empiezas a notar que tu primera reacción es buscar refugio dentro, no fuera.
  • Neutralidad emocional creciente:
    Algunas cosas que antes te arruinaban el día, ahora resbalan. No es frialdad, es desapego. Ya no peleas contra lo inevitable.
  • Una paz interior que aparece de la nada (y sin avisar).
    Aunque dura poco a veces, sabes que es real porque no depende de nada. Ni del clima, ni del dinero, ni de lo que digan de ti.

No busques perfección. Busca honestidad. Cada vez que te sorprendas “suavizando” el juicio o recogiendo tu mente antes de entrar en guerra, celébralo.

El monstruo bajo la cama: resistencia, miedo y el viejo apego al sufrimiento

Te lo digo sin rodeos: el ego no te va a regalar su trono. Ni el tuyo, ni el mío. Eso de soltar el juicio, dejar de evaluar, cambiar milagro por silencio interno… suena penoso para la mente (el ego) que ha hecho de controlar una religión.

Estos obstáculos no son culpa tuya ni mía. Simplemente aparecen, y cuando aparecen: míralos y no les creas. Son síntomas de que el cambio va en serio.

  • La obsesión por ver “resultados” tangibles:
    Si tu paz depende del milagro que ves, es que has olvidado la Fuente. Recuerda: la única evidencia del milagro está dentro, nunca fuera.
  • El miedo a no juzgar:
    Igual te crees a salvo mientras estés vigilando todo. Nada más falso. El juicio no protege, solo separa. Cuando te atreves a desnudar ese miedo, la paz encuentra rendija.
  • La trampa de la distracción:
    No todos los fuegos son urgentes. “Esto no importa. Solo importa la Fuente.” Repítelo. Miles de veces, si hace falta.

La honestidad es la única disciplina que pide el curso. No te engañes, no luches por cambiarte. Solo observa. La rendición acaba por vencer al ego no con lucha.

El milagro, al final, solo sirve para mirar más allá

Éste es el núcleo: El milagro no cambia la realidad. Te ayuda a recordar que siempre has sido: uno con la Fuente.

Haz de la práctica un arte modesto. Nadie espera de ti la santidad perfecta. Entiende que tu tarea no es especial ni distinta: sólo abrazar cada día la invitación —insistente, a veces torpe— de soltar lo que jamás fue real.

  • El problema nunca es el problema, es el olvido de la verdad.
  • El milagro nunca es la meta, es sólo la transición hacia la única realidad que merece este nombre.
  • Cuando consientas en dejar que el milagro disuelva tus ganas de juzgar, competir, sufrir… la Fuente hablará a través de ti.

Eso es el despertar.

La paz no necesita testigos: sólo regresar una y otra vez

No me creas, no le creas al libro. Créete a ti cuando la paz (inexplicablemente) aparezca. No celebres el milagro en sí, celebra la Fuente.

Si te quedan ganas de pelear, pelea. Si necesitas llorar, llora. Pero mientras lo haces, repite: Nada de esto tiene sentido. Solo importa la Fuente.

Ahí comienza el verdadero milagro: el de una mujer, un hombre, que dejan de pedirle al mundo lo que ya tienen dentro.

Y cuando sientas ese anhelo —ese picor en la garganta, esa demanda de consuelo—, vuelve al principio. Nadie puede quitarte lo que eres. Todo lo demás es historia.

No hay otra lección más urgente

Elige mirar. Elige reconocer, por un instante, que todo lo que te pasa es ilusorio —y que la Fuente nunca cambia. Mientras lo recuerdes, da igual que caigas. Estás en el camino de regreso.

Y quién sabe, quizás el el siguiente principio traiga otra grieta, otra pequeña muerte para el ego, otro espacio donde pueda colarse la Luz.

Test de autoindagación

INSTRUCCIONES

Este test es un espejo. No pretende aprobar ni reprobar, sino reflejar con sumo amor las resistencias, deseos y hábitos de la mente que aún añora que “el milagro sea para cambiar lo externo”, y no para sanar la percepción y devolver el recuerdo de la Fuente.

Sé honesta, sé honesto. Permítete ver tus trampas internas; ahí empieza la verdadera libertad. Contesta cada pregunta con A, B o C, según lo que realmente vives, no lo que intuyes que sería “adecuado”. La honestidad aquí es medicina. Tras terminar, revisa la interpretación y aprovecha lo que salga a la luz para hacer espacio a la experiencia, no solo al concepto.

PREGUNTAS (marca A, B o C)

1. Cuando deseo un milagro o lo “pido”, suelo esperar:



2. Si los milagros son solo correcciones mentales y no sucesos especiales, ¿cómo me afecta?



3. ¿Cómo practico la conexión con la Fuente en mi día a día?



4. Cuando algo me molesta profundamente, tiendo a:



5. ¿Qué siento ante la frase “El milagro solo es necesario porque crees en ilusiones”?



6. ¿Reconozco cuándo estoy usando el milagro para evitar mirar mi responsabilidad en la percepción?



7. Cuando juzgo a otra persona o situación, ¿qué hago con ese juicio?



8. Respecto a mi historia de dolor, fracaso o culpa, ¿qué hago realmente?



9. ¿Qué pasa cuando no veo evidencia externa de transformación tras pedir un milagro?



10. ¿Puedo admitir que la paz se encuentra “más allá de toda evaluación”?



11. Cuando aparece la culpa, ¿dónde busco sanación?



12. ¿Qué hago cuando no comprendo el propósito de una situación?



13. ¿Hasta qué punto identifico el milagro con logros o manifestaciones?



14. Frente al miedo, mi reacción predominante es:



15. ¿Cómo respondo si algo “no sale como esperaba” tras practicar el Curso?



16. Si veo a alguien en sufrimiento, ¿cómo interpreto su dolor?



17. ¿Qué actitud tengo frente a la idea de que “todo juicio es separación”?



18. Cada vez que siento resentimiento, lo vivo como:



19. ¿Cómo practico el desapego del resultado al pedir un milagro?



20. ¿Qué tan dispuesto/a estoy a soltar cualquier identidad o narrativa que refuerce el especialismo?



¿Eres maestro, facilitador o terapeuta? ¡Haz que tu mensaje llegue más lejos!

Mi nombre es David Pascual, y soy la persona que está detrás de UCDM GUIDE.

Aquí comparto lo que aprendo sobre Un Curso de Milagros, con el fin de apoyar a estudiantes en su práctica. También ayudo a facilitadores y maestros a mejorar su comunicación digital y personal.

Cada semana comparto reflexiones y recursos por email (apúntate en el pop-up). Si eres facilitador o maestro también puedes hacerlo en mentoring.ucdm.guide.

Si quieres, escríbeme; estaré encantado de ayudarte en lo que necesites.

Mi deseo es que lo que encuentres aquí te acompañe en tu camino a reencontrarte contigo mismo.

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