Los milagros ocurren naturalmente como expresiones de amor · Práctica y Test

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Tal vez creías que ser estudiante de Un Curso de Milagros era cuestión de repasar lecciones, controlar tu pensamiento y orar lo suficiente para que, al final, algún milagro ocurriera. Pero pasan los días (las crisis, los enfados, los vacíos) y la paz no termina de calar hondo. Sigues sintiendo ansiedad cuando te juzgan, te ahogas en la crítica propia, te cansas de luchar con tu mente.

¿Y si te dijera que la paz que buscas empieza justo cuando reconoces honestamente que tú no puedes fabricar milagros? Que el milagro no depende de tu tamaño, ni de tu esfuerzo, ni siquiera de tu fe. Que es otra cosa. Algo mucho más sencillo y —paradójicamente— inalcanzable mientras sigas identificándote con esa voz en tu cabeza que lo analiza todo buscando resultados.

Lo sabemos: cuesta soltar la idea de que el milagro es algo que tienes que provocar. Pero eso es justo lo que te propone el Principio 3. El verdadero milagro comienza cuando por fin dejas de pelear y haces sitio a lo que eres: amor, silencio, espacio, voluntad de permitir. ¿Vas a atreverte a bajarte del pedestal del ego aunque sea solo por hoy?

Un giro absoluto de sentido: ¿qué es realmente el milagro?

“Los milagros ocurren naturalmente como expresiones de amor. El verdadero milagro es el amor que los inspira. En este sentido, todo lo que procede del amor es un milagro.”

Así abre el tercer principio de los milagros según Un Curso de Milagros. Y ya desde la primera línea, te rompe los esquemas.

Nada que ver con sucesos extraordinarios, sanaciones mágicas o favores divinos concedidos a voluntad. El milagro, dice el Curso, no es la forma que toma. Es su fuente: el Amor. Ese Amor que, vista la trampa del ego, no habita en lo que decides o controlas con tu mente, sino en aquello a lo que te abres cuando eliges no escuchar a la voz de la separación.

  • Deténte aquí: ¿cuándo fue la última vez que notaste internamente algo así como un suspiro de alivio profundo —un perdón dado, una compasión espontánea— y supiste, aunque no supieras cómo, que era algo más grande que tú?

Eso es un milagro. Así de simple. Un movimiento interno donde el juicio, el miedo y la obsesión por la forma ceden un instante, y solo queda el Amor. No fabricado, sino permitido. Porque, el milagro necesariamente proviene del Espíritu Santo o de Jesús, quienes representan en tu mente la posibilidad de elegir el amor frente a cualquier otra alternativa.

El milagro es la percepción sanada. No eres tú “haciendo algo”, eres tú dejando espacio para que se obre, a través de ti, la corrección del viejo error de la separación. Eres tú, dejando de vivir como ego, para vivir como canal del amor.

Milagros: cuando el esfuerzo dejas de hacerlo tú

Hay algo que te libera profundamente cuando admites —aunque duela— que no puedes hacer milagros desde tu propio esfuerzo o desde tus fórmulas mentales. El tercero de los principios los llama “expresiones de amor”, no “logros de la mente”. Ahí está la clave. En la práctica esto supone:

  • No presionarte por lograr algo extraordinario.
    Cuando cedes ante la tentación de impresionar a Dios (o a ti mismo) con actos espectaculares de “bondad para que el milagro me ocurra”, caes en la trampa del ego.
  • Reconocer que el amor es la causa, no el resultado.
    Todo intento por forzar, calcular o manipular el milagro es miedo disfrazado de espiritualidad.
  • Empezar a notar cada vez que eliges el perdón, la mirada suave al error propio o ajeno, el gesto de unidad.
    Eso, aunque minúsculo, es el milagro. Porque tu mente se desplazó, aunque solo fuera un milímetro, de la separación a la unidad.

El milagro no es una hazaña. Sucede solo, cuando dejas de obstaculizarlo. Sucede cuando tienes, como enseña el Curso, una “pequeña dosis de buena voluntad”: esa grieta por donde la luz del amor entra y reinterpreta el significado de lo que antes juzgabas o temías.

Las mentiras que suenan a verdades… hasta que las ves de frente

¿Por qué resulta tan difícil soltar la pelea y dejar que el milagro te atraviese? Porque el ego —ese viejo conocido— lleva una vida vendiéndote cuentos que suenan verosímiles. Aquí tienes los más habituales. Revisa cada uno y pregúntate si no lo has sostenido como si fuera la verdad más absoluta.

  1. El milagro es un acto grandioso y místico.
    Así no tienes que buscarlo dentro, ni reconocerlo en tus gestos más humildes.
  2. Depende de mi esfuerzo, mi meditación o mi rectitud.
    Así el ego mantiene el control y no tienes que confiar en nada que se le escape.
  3. La forma vale más que el contenido (comportarse bien, decir las palabras adecuadas, tener resultados “espirituales”).
    Así puedes seguir juzgando, comparándote, sintiéndote superior o inferior.
  4. Hay cosas y personas más merecedoras de milagro que otras.
    Así perpetúas la separación, el sistema del ego, la jerarquía y el miedo al milagro real.

Déjalas caer una a una. No porque seas ingenua, ni ingenuo, ni te guste sufrir. Sino porque ya no aguantas ese peso. El milagro te iguala, iguala todos los escenarios, y disuelve la ilusión de que el amor pueda expresarse más en Sandra que en Juan, o en la meditación que en el supermercado.

¿Qué pensaría una mente verdadera?

¿Imaginas quién serías si, en cada paso del día, practicaras elegir escuchar al Espíritu Santo o a Jesús en lugar del ego? Pequeñas cosas, cotidianas. No se trata de esperar a tener una visión mística; bastaría con silenciar el odio, aunque sea un instante, y preguntar:

  • ¿Para qué propósito quiero que sirva esto que me está ocurriendo?
  • ¿Estoy contribuyendo al juicio y la separación, o abierto/abierta a que aquí brote el amor?
  • ¿Puedo entregarme a la humildad y decir: “No sé nada, solo deseo paz. Haz tú, Espíritu, lo que yo no sé hacer”?

Hazlo. No importa si no te salen palabras bonitas. Importa la intención —descansar, permitir, dejar de batallar por tener razón, por castigar, por controlar.

Empezarás a notar, si te repites el ejercicio con honestidad, algo profundamente revolucionario: la paz llega cuando menos la esperas, y desde donde menos imaginas.

¿Cómo se vive esto bajando a la tierra?

La teoría está muy bien pero, ¿qué pasa cuando la vida pega duro y la mente salta como un resorte al juicio, al miedo, a la defensa? Prueba a poner en marcha estas pequeñas prácticas. No cambiarán tu mundo de golpe, pero abren el espacio interior donde el milagro pueda ocurrir.

  • Enfrentas polémicas, autoritarismos, injusticias:
    Haz una pausa y pregúntate:
    “¿De qué lado quiero estar: del ego que separa o del Amor que une? ¿Estoy buscando vencer o sanar?”
  • Reconoces una emoción incómoda (vergüenza, odio, ansiedad):
    No la rechaces, ni la disfraces. Dila en silencio:
    “Aquí también está el milagro si lo dejo entrar. No soy yo quien se sana, es el Amor quien me sana a través de mi honestidad.”
  • Das un paso atrás antes de responder:
    Piensa:
    “Que mi siguiente palabra no sea repetición del ego. Que sirva para acercar, y no para alejar.”
    Y si no puedes, cállate. A veces, el milagro es dejar de hablar y dejar que otro/a respire.

Si casi nunca te sale, tampoco pasa nada. “Una pequeña dosis de buena voluntad”, recuérdalo. Si solo pides entender, el milagro se cuela por ahí.

El milagro se nota por dentro, no por fuera

Quien ha tocado de verdad la experiencia del milagro sabe que no necesita testigos externos. Hay evidencias internas —síntomas sutiles— que son la mejor señal de que estás dejando atrás el juicio y permitiendo el milagro:

  • Comienzas a sentir paz incluso sin comprender el porqué.
  • El juicio te sabe amargo. Te das cuenta y ya no lo justificas tanto.
  • Tu reacción automática ante el conflicto empieza a ser detenerte, respirar, escuchar.
  • No requieres ya que las situaciones se resuelvan “bien” para sentir el alivio de haber soltado el control.
  • Te sorprendes descubriendo que puedes amar a quienes antes creías imposibles (a veces, a ti misma, a ti mismo).

En otras palabras, notas que el milagro ha pasado no cuando cambia la forma, sino cuando el propósito se transforma y tú te reconoces, aunque solo sea por segundos, tal como eres: amada, amado, inocente.

Los obstáculos de siempre y la grieta por donde entra el Amor

Quizá te hartes de ver volver las viejas resistencias: la condena al otro, la rabia “justificada”, esa lentitud de la mente que nunca parece aprender. A veces quema querer desesperadamente vivir el milagro y sentir que todo sigue igual.

Está bien. El ego siempre pone trampas:

  • Desear controlar el proceso (“lo estoy haciendo bien, ¿por qué no ocurre?”)
    Cada vez que tu mente quiera forzar, recuerda: el milagro no lo haces tú. Deja de exigir y confía en el tiempo del Amor.
  • Juzgarte por no perdonar lo bastante rápido
    Permítete no entender, permite que el “no puedo” sea solo un lugar por el que atravesar, no una identidad.
  • Frustrarte porque no ves resultados inmediatos
    El milagro es comúnmente invisible. A veces tarda, a veces no lo ves nunca. Pero está ocurriendo cada vez que eliges el Amor, aunque no lo sientas.

¿Quién podría juzgar la velocidad del milagro más que el ego? Entrégalo. Y vuelve cada día a lo único que te pide el espíritu: una grieta de buena voluntad. Lo demás, lo hace el Amor.

Despertar espiritual: es mucho más simple, mucho más difícil

Al entrenarte en este tercer principio, algo profundo comienza a cambiar. No de manera uniforme ni definitiva, pero sí de forma irreversible en el fondo. Descubres que tu función es mínima y, a la vez, lo es todo: ser canal, dejar pasar. No por santurrona, santurrón, sino porque ya no soportas más vivir fuera del Amor.

  • Recuerdas el Amor como tu estado natural.
    Un Amor sin espectáculo ni fuegos artificiales, incrustado en los gestos mínimos.
  • Aprendes la humildad segura.
    Ya no predicas, vives. Enseñas con tu ejemplo silencioso, al dejar de defender la vieja percepción.
  • Extiendes (sin querer) lo que eres:
    Sin darte cuenta, otros se calman a tu lado, la atmósfera cambia, la verdad parece menos lejana.
  • Te preparas para el “instante santo”:
    Ese momento fugaz en el que el milagro corrige la locura y te deja, incluso unos segundos, en paz total.

El milagro no es tuyo: es tu rendición a Algo mucho más real

No necesitas fe ciega ni una fuerza especial. Solo honestidad: suficiente para admitir lo que has intentado fabricar por ti sola, por ti solo, y que nunca funcionó. Suficiente para dejar un margen de duda a la posibilidad de que el milagro no depende de ti, sino del Amor que, incluso cuando no crees en él, sigue esperando a ser dejado pasar.

La próxima vez que la vida se te ponga cuesta arriba, recuerda el secreto a voces que el Curso te susurra: no eres tú quien hace el milagro. Eres tú quien deja de estorbarlo.

Un día verás que la paz no llega porque hayas sudado una batalla interna, sino porque, sin darte casi cuenta, habrás dejado de identificarte con la culpa y habrás vuelto a ponerte, disponible, en manos del Amor.

Si este mensaje te ha removido aunque sea un poco, si sientes la tentación de soltar, aunque sea por momentos, la ilusión del esfuerzo y el control… entonces ya está ocurriendo el milagro.

Pásalo: El siguiente paso es tuyo (y es el milagro mismo)

Puedes quedarte aquí, repasando este texto, intelectualizando la enseñanza, repitiendo mantras. O —si quieres— puedes atreverte a salir ahí fuera y practicar lo indecible: dejar de querer tener razón, de querer tenerlo todo claro, de imponer tu juicio ante cualquier circunstancia.

Sea como sea, hazlo de corazón. Hazlo pequeño, vulnerable, honesto. Solo así el milagro se abre camino, solo así se convierte en tu experiencia.

El milagro no es un logro. Es lo que queda cuando te rindes, cuando permites que el Amor hable, sienta, piense, viva a través de ti.

Déjalo pasar. No tardes más. Recuerda que el siguiente principio te espera, y que cada vez que te abres, aunque sea un segundo, todo el universo respira contigo.

Nos vemos allí, donde el milagro ya no sea un concepto… sino el aire que respiras.

Test de autoindagación

INSTRUCCIONES

Este test de autoindagación es un espejo, no un examen. No se trata de puntuarte, ni de compararte, ni de buscar consuelo en las respuestas “correctas”, sino de identificar con honestidad dónde sigues defendiendo la percepción del ego y qué necesita ser entregado a la corrección.

Lee cada pregunta y contesta sinceramente marcando la opción A, B o C que más te represente tal y como eres, no como quisieras ser. Sé radicalmente honesta, honesto. El milagro sólo necesita tu mínima dosis de buena voluntad.

Al final, interpreta con humildad tu resultado y elige una práctica concreta para hoy.

PREGUNTAS (Marca A, B o C en cada una)

1. Cuando leo que los milagros son expresiones de amor, mi primer impulso interior es:



2. Enfrentando una situación difícil, suelo:



3. Mi actitud más frecuente cuando surge el miedo es:



4. Cuando noto un juicio hacia otra persona, ¿qué ocurre?:



5. Sobre el perdón, ¿cómo lo practico realmente?:



6. Cuando leo que no soy yo quien hace el milagro, sino el Espíritu Santo, me siento:



7. Al relacionarme, ¿cómo reconozco el propósito detrás de mis interacciones?:



8. Cuando me equivoco, mi reacción es:



9. En cuanto a la humildad en la práctica espiritual:



10. Al observar una reacción de ataque (verbal o mental), tiendo a:



11. ¿Busco jerarquías en el milagro, pensando que unas personas o situaciones las merecen más?:



12. ¿Te sorprendes esperando milagros como eventos externos, más que cambios internos?:



13. Cuando te sientes culpable, ¿qué haces?:



14. Al descubrir un pensamiento de ataque, ¿cómo respondes?:



15. ¿Con qué frecuencia te permites parar lo suficiente para preguntar: “¿Para qué quiero ver esto?”?:



16. ¿Sientes que tu paz depende de lo que hagan los demás o de las circunstancias?:



17. Al aplicar el principio, ¿te resulta más natural, forzado o ajeno?:



18. ¿Puedes aceptar que la corrección de tu percepción no es tu responsabilidad aislada?:



19. ¿Cómo interpretas el dolor o el conflicto?:



20. ¿Te permites celebrar las expresiones de amor aunque el resultado no sea “perfecto”?:



¿Eres maestro, facilitador o terapeuta? ¡Haz que tu mensaje llegue más lejos!

Mi nombre es David Pascual, y soy la persona que está detrás de UCDM GUIDE.

Aquí comparto lo que aprendo sobre Un Curso de Milagros, con el fin de apoyar a estudiantes en su práctica. También ayudo a facilitadores y maestros a mejorar su comunicación digital y personal.

Cada semana comparto reflexiones y recursos por email (apúntate en el pop-up). Si eres facilitador o maestro también puedes hacerlo en mentoring.ucdm.guide.

Si quieres, escríbeme; estaré encantado de ayudarte en lo que necesites.

Mi deseo es que lo que encuentres aquí te acompañe en tu camino a reencontrarte contigo mismo.

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